EL PUEBLO
Un punto invisible en el mapa
del mundo. Un lugar sin nombre, mudo y ciego para el resto
del planeta. Las casas de piedra y adobe se confunden con el cielo y el
paisaje. Todo es gris. Oscuros los nubarrones, pardas las encinas, ocres las
tierras, caquis los sembrados, deslucidas las casas, mugrientos los corrales,
jaspeados los animales, ásperos los hombres.
Tan
antiguo es el pueblo que dios aún no había inventado los colores o el ojo
humano no había aprendido a verlos. O son luces o sombras, claros u oscuros,
nunca un término medio.
Cada rostro es un paisaje. Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, padres y abuelos
están marcados. Unos te quitan lo que tienes, otros lo que no tienen te dan. Pueden
ser un páramo o un huerto, como un barranco o como una pradera, una tarde de
lluvia o una mañana soleada, una sombra acogedora y refrescante o un sol
sofocante. Suave y delicado o abrupto.
Los
rostros forman parte del paisaje, viven camuflados con la tierra, no se distinguen, son polvo y simiente de ella. El mismo tono pardo, la actitud
defensiva y desconfiada, el rostro con surcos quebrados, los dedos como sarmientos, la
piel de lija, como una muralla, áspera como la piedra y agreste como la encina,
curtida para que choque el cierzo y se quiebre la espina.
Huraños,
toscos, áridos, parcos, yermos. Monótona
y agobiante, la templanza estalla repentinamente cansada de estar retenida. La calma en volcán se
convierte.
Sin
dejarse ver, escondida, yace la piel musgosa, tímida y precavida la dulzura, sin
derroche la cálida ternura, la ciega mirada protectora más allá de la luz y de
la sombra. Al calor de la lumbre en invierno, con agua fresca en verano bajo el
chopo.
Así son los días y las noches, las estaciones,
el tiempo y los habitantes. Paisaje, clima y seres vivientes conforman la
geografía.
De
pana llena de remiendos visten los hombres, con albarcas y gorras o sombreros,
de fieltro en el invierno y de paja en el verano. Trabajan en el campo, tienen
algún animal que otro, unos para la ayuda de las faenas agrícolas: vacas o
mulas y también caballos y burros. Y otros también para la alimentación anual o
para la venta y sacar con ellos algunas perras: marranos, cabras, ovejas, vacas. Por
la noche se acercan a la taberna a echar un chato de vino, una partida de cartas o ver al
personal, los domingos también van al café. No suelen ser de misa los más, aunque
el cura les amenace con males terribles en esta vida y en la otra. Suelen
decir: --a misa no voy porque estoy cojo, a la taberna voy poquito a poco.
De
negro las mujeres de arriba abajo y de abajo arriba. Las sayas por debajo de
las rodillas. Medias de lana, alpargatas. Debajo las enaguas y el refajo. Por encima la toquilla hecha por ellas mismas igual
que los calcetines, los jerséis, las bufandas, los pasamontañas de los hombres,
maridos, hijos o nietos, o hermanos también. A la cabeza la cubre el pañuelo
anudado bajo la barbilla. Trajinan en casa y fuera de ella con los animales y
en el campo. Los domingos van a misa cogidas del brazo, entre diario algún día al
rosario o la novena. Temen a Dios y al cura y salen por el pueblo dando un
paseo remudadas y lavadas, luciéndose ante los mozos si son mozas, si están
casadas ya lo tienen prohibido.
En
este rincón del mundo, las influencias externas son mínimas. Las costumbres
perduran por los siglos de los siglos. Deben ser muy parecidas a quinientos o
mil años antes, ¡sábete dios! Ignoramos si por allí pasaron los romanos. Seguro
que anduvieron cerca, rastreando todo en busca de riquezas que llevarse.
También llegaron por la mismas razones o parecidas, unos por avaros y otros por
hambrientos, los visigodos, los moros y los judíos. Por los apellidos y los
rostros que indican cierto parecido se sabe. Y repobladores de otras regiones que buscan donde asentarse donde haya algo de tierra, agua y algo para trabajar.
La
iglesia católica apostólica y romana sí que llegó y se estableció como en todos
los rincones del planeta por escondidos que estuvieran. Y como en todos los lugares, ha
sido quien ha determinado lo que se podía saber y lo que no, las maneras, las
creencias, las costumbres y las fiestas. Allí también se apareció una virgen a un pastor en
un carrasco y la hicieron la reina del pueblo a quien adorar.
Durante
todos esos años lo único nuevo que ha entrado en el pueblo ha sido el cura. El
era el emisario de la iglesia católica y a través de él se sembraba su moral,
metiéndola a hachazos, amenazas y miedos en las carnes de las gentes.
Hasta hace poco, a este pueblo sólo llegaban arrieros de otros pueblos vendiendo y comprando y solo salían de el también arrieros. Viven recorriendo las diferentes comarcas de la región, comprando en unos lugares los productos que les sobran y vendiéndolos más caros donde hacen falta, ganándose unas perras en el trueque. Quizá también entren y salgan alguna gente de mando y de letras, el cura, el médico y los maestros, aparte de algún otro que se dedicara a algún negocio siempre desconocido.
La mayoría de sus
habitantes nunca salieron del pueblo, menos aún las mujeres. Allí nacían y allí
morían, fuera no se les había perdido nada, a no ser que fuera alguna pendona. Pero el cacho tierra, quien la tenía, no daba pa llenar tantas bocas, familias numerosas la mayoría, con muchos hijos que dios daba porque nadie conocía otro remedio y porque se necesitaban para trabajar. Así que, la miseria y el hambre echaron a muchos parroquianos fuera, hombres y mujeres jóvenes, a buscarse la vida más decente en otras tierras, las américas, Tucumán era el sitio elegido, donde se contaba que allí se vivía mejor trabajando menos, con la caña de azúcar. En esta tierra y este país ya no quedaba nada que llevarse a la boca.
Otros
forasteros más pobres aún que visitan el pueblo son los quinquilleros, gitanos o húngaros también
les llaman. Gentes en familia, hombres y mujeres viejos y más jóvenes, niños y
niñas también, sucios y harapientos todos. Van de pueblo en pueblo con sus
carromatos en los que viven y duermen, arreglando cazuelas y pucheros, poniendo
una laña aquí otra allí, tapando una
brecha por donde se iba el caldo del cocido. Gentes despreciadas a las que tildan
de trúhanes y ladrones.
El
pueblo es una comunidad pequeña. En el comienzo de esta historia, mediados los años de
mil novecientos, rondaba los mil quinientos habitantes. Todos se conocen. Más
por motes y apodos que por los nombres que les asignaron en la pila del
bautismo. Por diminutivos, aumentativos, despectivos o gentilicios. Más por sus
propios rasgos, sus peculiaridades, sus defectos, alguna ocurrencia oportuna,
algún disparate que desborda la regla. El mote indica algo de esta
peculiaridad. Su ocurrencia o disparate le llega a sobrepasar en el tiempo a su
autor, perdiéndose en el olvido su nombre propio. Todos le conocen por ello, se lo transmiten de unos a otros, incluso de
generación en generación. No existen periódicos ni radio, las noticias se
transmiten de boca en boca en los corrales, en las tabernas o en el transcurso
de las faenas diarias. El entorno en el que se mueven es el mismo, el trabajo,
las fiestas y los entierros también.
Los
lazos que se generan entre los convecinos son muy fuertes. Se marcan a sangre y
fuego en sus carnes, en su estómago y en su corazón, en sus frustraciones y en
sus sueños, para lo bueno y para lo malo. Son todos hermanos, todos amigos,
todos contrincantes, todos caínes y abeles. Luchan entre ellos por ser el
mejor. Se admiran y se odian. Comparten las mismas vivencias, las mismas
emociones, los mismos sufrimientos, a veces la misma leche y madre sin haberlos
parido realmente. Han aprendido a caminar juntos. Se han iniciado en el amor a
la vez. Han disfrutado la misma borrachera y soportado la misma resaca.
Utilizan el mismo lenguaje, palabras únicas y gestos comunes, que solo ellos
saben descifrar. Celebran los bautizos y las bodas, lloran a los muertos.
Desatar
esos lazos resulta muy difícil. Incluso, habiendo salido ya fuera de allí,
viviendo en otros lugares, habiendo conocido otras rarezas, especializándose en
otras profesiones, alcanzando altos puestos en la administración, emparejándose
con amores de otras tierras. Todos regresan a menudo, siguen los mismos
rituales, encierran los mismos secretos. Lo de fuera no cala en ellos. Fuera,
buscan a los de su pueblo, visitan el mismo bar de otro paisano, se repiten una
y mil veces los mismos dichos del tío tal o del tío cual. En las fiestas no saben qué hacer en la capital, una tremenda soledad y desasosiego les enerva
únicamente superable acercándose a su pueblo.
Su
pueblo es el mejor en todo de todos los pueblos. Su tierra y su país la mejor
del mundo entero. Su miseria, la mejor miseria. Otros pueblos y países están
llenos de virtudes que a sus ojos son defectos. Sus propios defectos para ellos
son virtudes.
Me ha llegado muy adentro...debe ser que soy de pueblo. Gracias por este maravilloso relato.
ResponderEliminarMuchas gracias Meca. Que llegue "muy adentro" a quien lo lee, es esencial para el que lo escribió.
EliminarQue forma tan «smart» de traducir en palabras, formas,usos y maneras de sentir de la gente de allí.
ResponderEliminarEl paisaje, el cielo y hasta los olores, llegan a pesar de los kilómetros que separan.
Gracias por tu relato, QUINITO
me gustaría saber quién eres. Muchas gracias.
EliminarY por otra parte, me alegra lo que dices, me alegra que te haya gustado y que te provoque esas sensaciones.