LA "PUTA MILI"


Mili y  cuartel

Los poemas: "Cárcel y cuartel" fueron escritos en el cuartel en la época en que hice la mili.
-Tanto los poemas como el relato de la mili y de la cárcel han sido publicados en un libro en ebook en amazon y en papel que puede pedirse directamente a mí. Lo que aquí figura son unos fragmentos del libro.- 



La “MILI” -para los jóvenes que no tienen ni idea de esto-
se llamaba popularmente al “Servicio Militar Obligatorio” que todos teníamos que realizar al cumplir los 21 años.
Otros fueron escritos después en la cárcel -ya contaré más tarde el motivo por el que estuve allí-, y también hay algunos, escritos en los años siguientes que los he añadido porque contiene algunos temas similares.

En el cuartel, estuve año y medio aproximadamente y en la
cárcel de Cáceres, un mes, dos años después de cumplir la mili.
 

  


UNO
         La época de la mili, la recuerdo, más sombría y terrible aún que la de la cárcel. Aquí estaba encerrado en una celda sin que nadie te dijera nada de nada. En la mili, te humillaban constantemente, te insultaban, sin poder rechistar, sin hacer un gesto, sin traslucir la emoción, tragándote la rabia, mostrándote impávido como una piedra, porque si notaban un desacuerdo en tu cara, te ponían un arresto: no tener descanso, encerrarte en la nave sin dejarte salir, limpiar la nave o los váteres asquerosos. 
Te obligaban a realizar actos absurdos, te hacían repetir mantras como padres nuestros estúpidos, te convertían en un zombi, en un robot, en un autómata, desde las 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde, oyendo un dos un dos alto un paso adelante otro atrás, un giro y dale y dale y dale, formar filas para empezar, formar filas para pasar de una cosa a otra, formar filas para acabar, formar filas para ir al comedor, formar filas para salir, formar filas para descansar, formar filas para dormir, y en las filas revisarte de arriba abajo desde la cabeza a los pies, por delante y por detrás, a toque de corneta y a grito "pelao". 
El que más nos gritaba y humillaba era un recluta que había ido en el reemplazo anterior, ese era el encargado de humillarte, además del cabo, del sargento, del alférez, del teniente, del capitán, del comandante, del general, todos estaban por encima de ti, el que más el "soldao pelao" como tú, por la ventaja de haber llegado 3 meses antes, el veterano le llamaban. 
Ser veterano es un grado decían, tú eres solo un “peluso” ni siquiera recluta, ya que este “don o título” no se adquiría hasta que no hubieras jurado la bandera. El veterano podía hacerte de todo, desde cagarse en tu madre hasta hostiarte, además de repetirte a todas horas que eras una puta mierda, que no valías para nada, que no sabías hacer la O con un canuto. Era una de las formas de convertirte en maltratador, de obedecer a rajatabla primero, para después cuando tu fueras veterano hacer lo mismo con los que venían detrás.

De cabo para arriba cuanto más subía la jerarquía, más miedo te metían en el cuerpo, y más reverencias tenías que hacerles. 
El “cabo chusquero” era un reenganchao, -es decir, un soldado que después de hacer la mili obligatoria, se quedaba allí como profesional porque le daban un sueldo, a lo más que podía llegar en los ascensos era a sargento. 
De ahí para arriba eran militares de “carrera” o sea, que habían estudiado para ello. Eran relamidos, maricones reprimidos unos, otros machotes señoritos o aparentes, que te hablaban del honor de ser español y del amor incondicional a la patria, cuando todos sabíamos que todo era mentira.


En el descanso diario solo íbamos a la cantina a emborracharnos, beber vino hasta caerse y decir tonterías a gritos, ese era el rato de desfogue donde nos creíamos los amos y -como en el futbol u otro espectáculo de masas donde te desfogas y echas la agresividad contenida- así un día y otro y otro hasta que llegara la jura de bandera, el gran carnaval, -a esta gente le gusta mucho los carnavales, es decir, los rituales sin sentido, engañabobos, festejos para ensalzar a alguien o algo, con discursos llorones por un lado, y por otro gritando que somos los mejores, que a las masas también les enardecen-, donde dábamos el beso a la bandera una vez jurada su lealtad, en el desfile preparado durante tres meses y al que se invitaba a novias, hermanas y madres orgullosas. Y después una fiesta y por fin 15 días de vacaciones antes de incorporarse al cuartel donde te hubiera tocado. 
El mío, Zapadores en Salamanca. Aquí las cosas eran un poco mejor, solo aparentemente. Por la mañana la instrucción, después hacer zanjas y volver a tapar. Por la tarde clases teóricas ¿de qué? A las 7 el descanso, pasear por la plaza a ver a las chicas y hartarse de cañas o vino, para a las 9 volver al cuartel. Fue en el cuartel, cuando me quedaba de guardia viendo a los demás hacer la instrucción, cuando desde la ventana contemplando la estupidez escribí sólo unos pocos de estos poemas aquí expuestos, el resto fueron escritos después. En la mili sabía que estaba en un tiempo muerto y absurdo a la vez. Solo había que esperar a que pasara el tiempo. Después ya se vería.

DOS

Era una forma, la mili, de creerse hacerse grande también, sobre todo para los mozos de pueblo que no habían salido nunca de él, y esa era la única forma de salir y hacerse un hombre, de enfrentarse a situaciones. 

Como no se atrevían a enfrentarse directamente a ello, buscaba vericuetos que le condujeran allí donde temían ir, porque en el fondo lo necesitaban. 
Les daba pavor y a la vez buscaban que algo o alguien les empujara a ello. Cuando el acontecimiento se veía aún lejos se deseaba, pero cuando ya estaba encima, el temblor interno se adueñaba del cuerpo, les corroía e inquietaba aunque siempre intentaban permanecer inmutables y tranquilos, al menos aparentarlo. 
Ya el padre les había buscado a un compañero para que fueran juntos al cuartel lo cual producía un cierto alivio aunque fueran con un burdo paleto más miedoso aún que él.

Un tren especial desde Salamanca iba recogiendo a los mozos para conducirles al cuartel. En el vagón se encuentran con gente más abierta y jaranera, se hacen amigos,  con unos por sentirse más identificados y con otros porque van conducidos al mismo lugar temeroso. Hablan y cuentan su vida, todo es un poco cachondeo para espantar el miedo, cantares y bebidas, pero en cuanto se llega a la estación de León y aparece en los andenes el famoso sargento Picurri -renganchado- del que todo el mundo ha contado barbaridades, se nos mete el miedo en el cuerpo. Picurri -y sus soldados- no dejan de gritar - ¡a la puta carrera! - os voy a reventar los cojones, niñatos de mierda. Os vais a enterar lo que vale un peine. 

Cientos de reclutas saltan del tren y corren con sus macutos. Los compañeros del vagón dicen: no nos separemos, vamos todos juntos. Y así, a la puta carrera, como borregos apaleados e insultados nos meten en coches militares para llevarnos al Campamento del Ferral. Dentro del camión solo se oyen las respiraciones agitadas de los borregos reclutas que somos, es noche cerrada, no se ve nada, sufrimos los saltos que produce el camión rodando por terrenos pedregosos llenos de baches. Allí ya no se piensa. El miedo lo acapara todo. Los cuerpos están acurrucados en sí mismos, sudan, acezan, esconden las miradas. 
El silencio es sepulcral en la noche oscura y el miedo se mastica.

Al llegar al campamento todo son empujones, otra vez, saltando, corriendo, intentando no separarse, aunque algunos no lo consiguen, nos conducen con porras hacia agrupaciones diversas sin dejar de cagarse en las putas madres, maricones de mierda. Quienes nos insultan y humillan son los veteranos que hace solo 3 o 6 meses eran también reclutas y les humillaron e insultaron igual. De ellos lo han aprendido.

Les forman en filas, les designan un pabellón donde van a dormir este tiempo, les ponen un número: 136 – 137 – 138 – 139 – 140…. Ese sería su nombre allí. Nada de nombre o apellido. El número y el insulto o mote que le sigue: Mantecas. Canijo, Narigudo, Maricón, Zopenco... Y todos unos hijos de puta.

Después viene la instrucción militar. Días enteros, así durante tres meses hasta que se jura la bandera, marcando el paso: un – dos – un – dos – un – dos…. Con el CETME al hombro. –El CETME es un subfusil que te entregan al llegar. -Esta es tu novia mientras estés aquí, a la que nunca debes abandonar, -dicen. Todos juntos, todos a la vez, sin que nadie se equivoque, hasta convertirse en autómatas. Y por las noches borrachera.

Unos se hacen los tontos o inútiles para que los manden a casa, en el fondo son los más listos. Otros se hacen los chulos. Otros buscan pasar desapercibidos y cumplir con las normas. Otros se sienten orgullosos de llevar bien el paso. Quizá todos sean un poco de todo.

Todo está regido por la orden a toque de corneta. Titotatito titotitotito titotatito titotitoto…., para levantarse. Titotiiiiiiiiii ti…… para formar. Otro tatito para descansar. Otro para ir a comer. Otro para dormir. Otro….

Sargentos, capitanes y comandantes echan discursos ensalzando la patria, cagándose en dios y potenciando los cojones de los reclutas. Todo se hace por cojones. Hay que demostrar quién los tiene más grandes.

139 se despierta todas las mañanas empalmado gritando: tengo la tienda de campaña levantada. 138 se ríe admirándole, su timidez le impide decir nada. La suya además es mucho más pequeña. Los otros también se ríen y le jalean.
139 es ancho y bruto, de pueblo, espontáneo. 137 es oficinista, alto y presumido. 137 y 140 son de pueblo, pero con oficio. 138 se lleva bien con ellos, a pesar de su timidez ha ido encajando, aunque a veces con el vino se desborda y mete la pata como casi siempre. Se cree el más culto pero no lo pregona, aunque los demás tienen respuestas más directas mientras él se calla como siempre, no sabiendo ni atreviéndose qué decir. Poco a poco van saliendo las cosas. Todos ellos menos 139 que parece estar feliz, odian la mili, muestran su desagrado y fardan de que en lugar de besar la bandera, ese día la escupirán.

Por fin llega el día, sus familias y sobre todo sus novias allí estaban admirando y aplaudiendo. El único que no tuvo a nadie fue 138 y estaba orgulloso de ello. Estaba orgulloso de estar allí mientras mentalmente insultaba a toda aquella mierda.

Si algo bueno tiene la jura de bandera es que al día siguiente te vas. 15 días de vacaciones antes de entrar en el cuartel designado. El campamento es solo la preparación, después esperan 12 meses más hasta poder licenciarte. La entrada al cuartel tiene un arco de piedra coronado por un gran cartel como una cenefa: TODO POR LA PATRIA. En la sala de entrada otro gran cartel en una de las paredes: La obediencia es la mayor virtud. El cuartel es más metódico y más estúpido si se quiere. Zapadores. 12 compañía. Salamanca. 

 Aquí sigue la instrucción todas las mañanas. Y por las tardes clases teóricas ¿de qué no se sabe muy bien? Están sentados eso sí, pero no sabemos si es mejor hacer instrucción que aguantar estas teorías, el amor a la patria, el arte de la guerra, lo tonto e hijo de puta que es el enemigo que nadie ha visto y las chulerías de quienes imparten esas clases, cómo se pavonéan, cómo ridiculizan a los reclutas. Tíos despectivos y humillantes que ríen sus propias gracias y de los soldados al mismo tiempo. 
A la hora del paseo, todos han de formar ante la puerta de salida. El teniente Majín, ese es su nombre o apellido real, no un mote, es delgado y excesivamente amanerado, es decir amariconado, revisa a los soldados uno a uno, por delante y por detrás, de arriba abajo. A veces se tira tanto tiempo en esta labor, que cuando llega al último ya casi se han pasado las dos horas del paseo. Otras veces, después de mirar y remirar a uno y no saber que defecto encontrarle en su vestimenta, le da un pisotón, diciéndole vete a limpiarte la bota. – Si mi teniente, a sus órdenes -. Otras veces, después de que los soldados se dedican meticulosamente a arreglarse para que no les echen para atrás y les jodan la tarde, el teniente les deja salir sin ni siquiera mirarlos.

El amaneramiento entre los militares profesionales no es una casualidad, hay bastantes que dentro de su uniforme militar de macho, esconden el cuerpo y los ademanes de la hembra. Otros son rígidos como tablas, andan estirados como si se hubieran tragado un sable. Los reenganchados que no son militares de carrera, suelen ser brutos y zopencos. Todos tienen sus gestos particulares que les define como bichos raros. No hay ninguno “normal”.

Al poco tiempo de entrar en el cuartel me nombran cabo. No es por nada destacado. Es un ascenso que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Cuando me toca estar de guardia dentro de la compañía en el segundo piso, estoy realmente allí sin hacer nada. Se trata solo de que todo esté en orden y que no entre nadie ajeno. Retomo mis lecturas y escrituras de poemas. Pero aquí no son de amor. Desde las ventanas observo a los soldados haciendo la instrucción, y a los mandos, ordenarles, revisarles, detenerles, discursearles. Estudio sus ademanes y gestos. Si los marcianos llegaran y contemplaran este espectáculo no se lo podrían creer. No sabrían explicar qué clase de bichos son estos terrícolas. Son máquinas más bien, adelante, atrás, izquierda, derecha, girar, detenerse. Así toda la mañana. Y el comandante, estirado, torcido hacia un lado, con las manos atrás y los pies p´afuera contemplándoles y ordenando, otra vez, otra, otra, otra.


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