Cagar, en el "regato las escuelas"
En el pueblo no había váteres
para hacer esas necesidades tan íntimas que nadie puede hacer por ti, y como es
lógico, no se pueden hacer públicamente.
La gente que tenía cuadras –¿cuadras?,
si, quizá muchos de vosotros, gente del siglo 21 no sepáis qué son o que eran
las cuadras.
Bien, pues eran los aposentos donde descansaban y comían los
animales dedicados a las labores agrícolas: vacas o mulas, algún burro o
caballo, como mi padre tenía.
Pues eso, la gente que tenía
cuadras iba ahí a satisfacer sus necesidades. Aquellos otros que no tenían
cuadra, tan pobres que nada tenían, u otros menos pobres que por otras
circunstancias tampoco tenían dentro de su casa ese lugar destinado a los
animales, ahora que me doy cuenta, algún sitio tendrían dentro de la casa para
hacerlo, si no…, no me imagino cómo lo harían.
Bueno, iba a decir que los que
no tenían cuadra, iban al regato a hacer estas necesidades, las más “suaves y
ligeras” como mear no, porque se podía hacer contra una pared mismamente, o a pleno aire, apostándose a ver quién llegaba más lejos como hacían los muchachos, pero
las más fuertes como cagar, sí.
En el pueblo siempre
normalmente se denominaba así. Los más relamidos y las beatas no lo llamaban de esa manera. Decían “hacer de vientre”. Tampoco si se estaba ante alguien de un calado
superior o al que se debía algún respeto, como el maestro o el médico pongo por
caso.
Como iba diciendo, para hacer
de vientre o mejor dicho cagar, los que no tenían cuadra iban al regato.
Los
alrededores del pueblo estaban llenos de regatos. -Eran los wateres públicos- Así que cada uno iba a cagar
al regato más cercano de su casa, donde se podía encontrar al vecino haciendo
lo mismo, y una vez saludados cada uno se concentraba en lo suyo.
Pero me acabo de dar cuenta
que tampoco algunos sepan lo que es un regato.
La vida ha dado tantos cambios
que hemos perdido el conocimiento de muchas cosas que en el pueblo o entonces, habíamos nacido con ellas.
El regato es como un río en chico, en pequeño.
Cuando llueve, el agua va corriendo por el terreno de forma natural,
adaptándose a las variedades de este, siempre deslizándose hacia lo más hondo y
cuesta abajo.
Con el paso del tiempo se va formando un cauce. En los veranos
cuando no llueve el cauce está seco, pero en cuanto vuelve a llover con ganas, los
regatos vuelven a llenarse y transportar el agua hasta otro regato más grande
donde va a dar, y este a su vez a otro más grande, así hasta que el regato
llega al río más próximo.
El regato más cercano a mi
casa era el “regato de las escuelas” llamado así porque estaba situado en la
parte de atrás de las escuelas. Bueno, justo detrás de las escuelas no, allí había
un campo de tierra donde jugábamos en los recreos o cuando salíamos, a partir
de las cinco de la tarde.
Ese campo de juegos estaba delimitado por el regato. Al
otro lado estaban ya las eras donde se trillaba en verano.
El regato de las escuelas era
muy largo y hondo llegando en algunos tramos hasta un metro de profundidad. El
regato estaba rodeado, todos normalmente más o menos, de cardos y zarzas. Estos
vegetales, se ve que se alimentan de los detritus de la gente. Y además de cardos
y zarzas, había también ortigas, que si te rozaban se te ponía la piel en carne
viva, que escocían que no veas.
Las zarzas te podían picar,
pero nunca se te erizaba la piel como con las ortigas. Así que ir a cagar, podía
ser toda una aventura porque tenías que ir con sumo cuidado para que no te
picaran ni las zarzas ni las ortigas.
Sin embargo, lo más duro no
era eso. El regato de las escuelas estaba tan lleno de cagaos que era muy
difícil encontrar un sitio donde poder pisar sin mancharte. Y encima estaban
los olores, era un campo de olores y no precisamente de tomillo. Se decía: qué
comerá esta gente para que huela de esta manera. Claro, uno no se olía lo suyo,
para él no olía, pero para los demás…, jolín.
Así que cada uno se tiraba un
rato caminando entre cagaos hasta encontrar un cacho donde podía agacharse sin
pisar ninguna mierda.
Imagínate que el sujeto tuviera prisa, que los
retortijones de barriga le acuciaran y no le diera tiempo ni a bajarse los
pantalones. Y luego, esa era otra, estaba cagando, sujetándose con una mano el
pantalón, con la otra tapándose la nariz, y con la cabeza mirando a las nubes para
evitar mirar el suelo y contemplar los montículos de mierda que habían ido
dejando alrededor los demás, como su firma. Por otro lado, había que silbar
para avisar a otro que venía a lo mismo, que aquel sitio estaba ya ocupado.
Los muchachos no teníamos este
problema, podíamos cagar varios juntos formando una hilera, apretando y contando
chistes o hablando de otra cosa, riéndose a carcajada limpia.
¿Y cómo nos limpiábamos? Papel
no había, así que nos limpiábamos con un canto. Mirábamos alrededor a ver si
había alguno limpio o ya le llevábamos preparado.
El regato de las escuelas era
muy famoso en eso, además de todos los muchachos estaban todos los vecinos de
alrededor que iban a visitarlo a menudo para hacer sus necesidades.
Uno de los vecinos que me encontraba
muchas veces yendo al regato era Abilio el de tío Medes.
Tio Medes era el zapatero que
vivía en la calleja próxima a la escuela. Yo vivía entre la casa de mi abuela y
la de mis padres. Para ir de una casa a la otra, cosa que hacía varias veces al
día, pasaba junto a la escuela y un poco más arriba, por la calleja de tío
Medes.
Por eso me encontraba a Abilio muchas veces. Los vecinos de mi abuela
eran también mis vecinos porque yo nací en casa de mi abuela y hasta los dos
años viví allí.
Los zapateros, en el pueblo al
menos, pero también en la ciudad, eran normalmente cojos o que tenían alguna
otra discapacidad, y quizá por la cojera, para que estuvieran sentados todo el
día aprendían el oficio de zapatero.
Yo mismo, tenía un tío cojo,
que era zapatero, mi tío Luterio hermano de mi padre, el cojo tío Tarraque,
como le llamaban en el pueblo, porque a mi abuelo Faustino, en el pueblo le
llamaban tío Tarraque. No sé porque ni de donde le venía ese mote, quizá por la
mala leche que tenía mi abuelo.
Eso de los apodos es otra
historia que algún día debería de contar. Porque en el pueblo todos tenían
apodos, incluso el nombre verdadero no se les conocía. Pero es que los apodos
vienen de muy lejos. Por ejemplo, los romanos utilizaban los apodos: El famoso
escritor Cicerón se llamaba así por un grano o berruga del tamaño de un garbanzo que
tenía en la nariz. Cicerón en latín significa garbanzo.
En el pueblo, recuerdo, aunque
la memoria aquí me falla, que había lo menos 4 zapateros, tres de ellos eran
cojos y el otro sordo mudo, conocido por el mote a secas de “El Mudo”.
Yo siempre iba a arreglar las
sandalias a tío Medes, decían que era el
que mejor las arreglaba y además era vecino de mi abuela que era casi más que
ser de la familia.
Tio Medes –hasta ya muy mayor
no supe que Medes venía de Nicomedes-, tenía 2 hijos trabajando con él Abilio y
Rosindo, aunque el nombre auténtico es Rosendo, allí le llamaban de esa otra
manera.
Nombres raros todos y poéticos
me parecen, no como ahora que todos los nombres son vulgares. Tenía también una
hija –Mari- y la mujer que se llamaba tía Paula.
Pero, me he ido de la cuestión
que estaba contando, decía que, a Abilio, cuando iba a casa de mi abuela me lo
encontraba que iba al regato, y me decía ¡qué hay Quinito!, vamos a tirar de
correa.
Era otra forma de decir que
iba a cagar, sin decir que iba a hacer de vientre. Lo mismo que para ir a mear
decían: vamos a quitar el agua a las aceitunas. Y yo no entendía nada, creía de
verdad, que tenían un cántaro lleno de agua con aceitunas y se la iban a
quitar.
Pero el misterio para mí era:
¿cómo cagaba tío Medes? Él era cojo,
caminaba muy mal arrastrando los pies torcidos, nunca le vi ir al regato de las
escuelas como a los hijos, ¿entonces?
Su casa era muy chica. A la
entrada había un patio pequeño, enfrente estaba la cocina también pequeña. A la
derecha una escalera estrecha de madera nos conducía al cuarto donde se
arreglaban los zapatos. Allí estaba calentito, era un cuarto muy pequeño,
sentados los 3 casi en corro, con el brasero en invierno daba gusto.
Mi primo Jose y yo íbamos a
menudo porque se estaba caliente y porque tío Medes y los hijos eran muy
chistosos. Lo pasábamos muy bien con ellos. Mi primo Jose me agarraba y decía:
vente a ver a tío Medes. Y allí íbamos, a reírnos y a estar calientes.
Pero mi intriga era: cómo y
dónde cagaba tío Medes. Nunca se me ocurrió preguntarlo, ni a mi primo Jose ni a nadie,
me daba vergüenza.
Pero me daba vueltas en la
cabeza. ¿Y las mujeres dónde cagaban también? No solo tía Paula, la mujer de tío
Medes y su hija, sino, todas las mujeres del pueblo.
Otro gran misterio que tenían
oculto. Ellas no iban al regato. En mi familia no las vi nunca entrar en la
cuadra. Era como si ellas no lo hicieran, como si en ellas no existiera esa
necesidad. Lo tenían bien escondido.
Y ahora me preocupa otra cosa.
Dónde y cómo cagaban los viejos. Ellos, lo más probables es que no pudieran
ponerse en cuclillas, las rodillas ya, artríticas y artrósicas se lo
impedirían.
¿Lo hacían de pie? ¿Se abrían de piernas para no mancharse
agarrados a algún poste? ¡Porca miseria!