VAMPIROS
Joaquín Benito Vallejo
Desde muy niño
mantuve relaciones con vampiros.
Tenía yo la sangre
muy dulce.
Nunca vi en
ellos ásperas alas peludas, ni caras demacradas, ni capas negras.
Al contrario, los veía, bellos, muy bellos ¿por qué no ser yo así?
Al contrario, los veía, bellos, muy bellos ¿por qué no ser yo así?
Se acercaban a
mí en forma de ángeles protectores.
Me susurraban
al oído con voz aterciopelada.
Me envolvían
con cálidas caricias.
Los vampiros
son seres fantásticos para las jóvenes vírgenes ingenuas deseosas de ser
admiradas como yo.
Por otro lado,
yo no creía en los vampiros. Sabía certeramente que eran leyendas de películas
y novelas de miedo.
Hoy se que
existen de verdad.
Realmente, estamos rodeados de ellos, pero nunca se manifiestan como son.
Usan nombres
comunes de personas, como, por ejemplo: Isabel, Antonio, Juan, Rafael, Carmen, Elena,
Marta, Francisco, Augusto, Pablo, Mariano.
Son tímidos o
afables. Se esconden tras de amplias sonrisas.
Llegas a desearlos, antes de que su caricia se deslice por tu piel.
Cuando, al fin besaron
mi cuello, me derramé en escalofríos de placer.
Pero el éxtasis
llegó cuando penetraron en mis venas y sorbieron mi sangre, primero aspirándola
gozosamente, después a dentelladas y borbotones.
Temblaba de gusto.
Permanecí un
tiempo insomne, anestesiado.
Cabalgaba en los
bordes del dolor y del éxtasis.
Me sentía más yo, porque ellos me chupaban.
Al dar mi
sangre me daban la vida.
Yo no era nada
sin ellos.
Me hice un
adepto suyo y les buscaba otras jóvenes de cuellos largos y turgentes senos,
ansiosas de afecto.
Me gratificaban
oliendo un poco de su maravillosa sangre roja.
Comenzaba a
gustarme ser como ellos, poder obnubilar a los demás con el intenso olor y
fuerza de su sangre roja.
Me seducía la
idea de ser también vampiro.
Si mi sangre
les hacía inmortales a ellos, la sangre de los demás me haría inmortal a mi.
Por ese camino
desemboqué en la cara de la muerte.
Contemplé mi
alma diluirse río abajo. Era ya imposible retenerla entre mis manos. El agua me
encharcaba los pulmones. Me ahogaba sin remedio.
El rostro de la
muerte me animó a seguir viviendo.
Viajé durante
algún tiempo con la mochila cargada de estacas por si me encontraba con algún
vampiro.
Más tarde
comprendí que si a los vampiros no les miras ellos no te ven.
Fantástico
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