martes, 18 de agosto de 2020

DIOS

 


DIOS

Un día Yo cree a dios.

Nació de un extertor.

De algo que brotó de mi interior como un vómito.

Poco tiempo después,

 Empecé a construirle un altar, escribirle una religión, dictarle unas leyes.

Prediqué sus bondades a todo el que me encontraba y al que yo buscaba para ello.

Así, fundé una iglesia, repartí rosarios, impuse escapularios hasta no caber en el templo.

Cuando ya dios se vio en el cielo izado por mí, se erigió en dios todopoderoso, hizo suya la religión que yo inventé, los mandamientos que yo escribí, los discípulos que yo recaudé y el templo que construí.

Me señaló con su dedo acusador y me advirtió que era él el creador, no yo.

Me desterró y convirtió en demonio, ángel caído en desgracia, el lado oscuro de la vida, la temible amenaza.

Temía dios que si yo le había hecho, también podría deshacerle. 

Se hizo implacable contra quien no le adorase, destructor y vengativo.

Una vez encumbrado dios ¿Quién podría quitarle ya de sus cielos?

Los adictos se multiplican día a día solo por mentar su nombre. Necesitan a dios también. 

Cuando el hombre atisba su pequeñez desea ser grande.

Busca amos a los que servir para así parecer grande y sentirse protegido.

Cuando no los encuentra se los inventa.

La magia y los mitos crecen como torrentes.

Todos queremos ser dioses.

Creamos a dios a nuestra imagen y semejanza,  según nuestros deseos y sueños.

Creamos a dios para ser admirados, alabados, rezados, ensalzados, para que nos coloquen en un altar, para que sacrifiquen inocentes a nuestra gloria, para que nos celebren misas, rosarios, procesiones, para que nos suban a los cielos por los siglos de los siglos, amén.

Es imposible desprenderse ya de tanta codicia y lujuria.

Crear a dios es buscarse a sí mismo en un lodazal.

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