EL MIEDO
Joaquín Benito Vallejo
Nuestra vida está orientada en torno a
las emociones, definidas éstas como las manifestaciones y expresiones sobre lo
que nos causa placer o displacer.
Esta orientación se ha ido configurando
en los seres vivos desde la primera célula viviente.
Se puede simplificar como ir hacia la
búsqueda del placer, o huir para rechazar el displacer. Dicho de otra manera, tener
precaución ante un posible peligro y aceptar aquello que nos da tranquilidad. Las
emociones en definitiva se fijan en relación con preservar la vida respecto a
la muerte. Lo relacionado con la vida, en principio es bueno y
placentero, mientras lo relacionado con la muerte es desagradable y displacentero.
Las emociones son reflejos innatos,
aprendizajes, que se han ido generando, fijando y heredando a lo largo de la
evolución, como medidas de adaptación al medio entorno y de encontrarse seguros y protegidos en él.
Cada especie ha ido desarrollando la
expresión propia de sus emociones de manera concreta, pero en todas las especies
hay similitudes.
Las emociones preventivas
ante un posible peligro o displacer activan el sistema nervioso simpático, como
un sistema de alerta y de defensa y se manifiestan corporalmente por una serie
de características preparatorias para la defensa o el ataque.
Mientras que las emociones relativas
al placer son registradas por el sistema nervioso parasimpático, como
manifestaciones de tranquilidad y bienestar.
Las emociones no están claramente
definidas. Son solamente indicadores, avisos o señales de que algo puede ser
bueno o malo para la existencia.
Por tanto, pueden ser indicadores confusos y falsos
incluso. También, cada emoción puede manifestarse como algo positivo o negativo.
Tienen la doble vertiente.
Dejemos claro que son solo
indicadores, avisos o señales de aquello que puede ser peligroso o placentero.
Por tanto, al ser avisos, han de ser
comprobados por la razón y la experiencia, y una vez visto que no encierran
peligro, -o felicidad- han de ser desechados sin hacerles caso.
Una de las primeras emociones básicas
es el miedo, que es el aviso de que algo puede causar daño. -negativa, por un lado,
en cuanto puede asustar sin venir a cuento, pero positiva por otro, en cuanto
te cuida y te previene para que no te pase nada malo-.
En contraposición está todo aquello
que te anuncia el posible placer y la felicidad, -positiva en principio ya que
busca el bienestar absoluto, pero también negativa en cuanto te hace estar en
las nubes y no enterarte de la realidad-.
El paradigma de la felicidad es el
amor que es disfrutar de la atención, el cuidado, la protección, la seguridad, el
respeto, etc., de los demás y del entorno que te rodea.
El paradigma del miedo o el temor es
la pérdida de todo aquello considerado bueno para la existencia, señalado
anteriormente como el amor.
El miedo es simplemente el aviso de
que algo te puede hacer mal y por tanto salvaguardarte de ello.
Las diferentes
especies han fijado el amplio terreno de lo desconocido como algo ante lo que
hay que tener prevención.
Como primer aspecto surge el estar alerta ante lo desconocido.
En una segunda fase es la reaccionar ente ello.
y la tercera fase aparece la certeza de si es un peligro real o no.
Ante el miedo se reacciona, o bien
escondiéndose, huyendo o atacando, -defensa o ataque-. Cada especie ha desarrollado
también su propia estrategia.
Cuando el miedo es grande, paraliza,
el animal se queda quieto, escondido, se hace el muerto, etc., etc., todo para pasar
desapercibido y que el temido agresor no se entere de tu existencia.
Como un instinto básico biológico,
vital, las emociones están ligadas con las necesidades más primarias y todos
estamos determinados por ellas.
Las emociones en general, y más el
miedo, pueden ser educadas, condicionadas, manipuladas con diferentes
intereses. La especie humana aprendió a manipular las emociones y necesidades
básicas de los demás, en beneficio de intereses particulares.
El miedo no es libre, lo contrario a
lo que se dice generalmente y oímos a todas las horas en los medios de
información.
El miedo como base de nuestra propia defensa,
igual que otras necesidades básicas, es lo más manipulable que hay.
A todos nos han domesticado con el
miedo. Nos han metido el miedo en el cuerpo antes de que el miedo existiera
realmente y ni siquiera supiéramos lo que era. –“que viene el coco, la bruja,
el hombre del saco”, etc., etc. --, como algo o alguien que nos va a hacer mal,
si no obedecemos, si no cumplimos las reglas, si no hacemos lo que los mayores quieren.
Antes de la agresión física, pegarnos, estaba la amenaza verbal.
Si la amenaza no hacía efecto, se ponía en marcha el castigo físico.
Y el miedo
está muy ligado también con la religión, con el castigo divino y con la culpa,
que a todos nos han inculcado.
Así, el miedo real a un peligro se
convirtió en un miedo ilusorio, inexistente, pero que valía para tenernos
atados y controlados. Y se ha utilizado siempre para todo tipo de planes
siempre con el objetivo último de tenernos controlados y sumisos.
Repito: antes de utilizar el castigo forzoso, es mejor utilizar el miedo. Es más efectivo, más rentable, más económico porque ahorra la energía que se debería utilizar para castigar, y encubridor, en cuanto esconde que es un castigo sin parecerlo realmente. Al contrario, aparece como una prevención, un consejo, un cuidado, una atención... Y el que lo ejecuta queda desculpabilizado y además agradecido, porque creemos que nos ha salvado de un mal.
El miedo en general paraliza, -si no
se utiliza como ataque preventivo, que también se da y se ha utilizado como
manipulación en ese sentido: como atacar a potenciales enemigos inventados, falsos terroristas, falsos virus, etc. -.
Así pues, se ha utilizado como enemigo, lo
desconocido, lo distinto, y esto como algo que no es seguro, y que transmite
desconfianza.
En todo caso, el miedo, te mantiene
alerta ante un peligro, real o imaginario, conocido o desconocido.
Y como medio preventivo ante un
posible peligro, el miedo tapona e impide satisfacer las necesidades psíquicas superiores,
anula los deseos, convierte los sueños en pesadillas, mata las ilusiones y las
ganas de crecer y desarrollarse, todo ante un posible peligro inventado o
ilusorio.
La educación de las emociones debería
ser un objetivo básico de aprendizaje desde la más tierna infancia, en contra
de esos aprendizajes establecidos en la escuela, que no sirven para nada.
En nuestra infancia debemos tener
claras referencias de lo que es malo o bueno para nuestra existencia y la de
los demás, sin engaños, sin seducciones, sin amenazas, más allá de lo que nos
dice nuestro instinto.
La primera referencia es que cada uno
de nosotros no somos nadie sin los demás, nos debemos a ellos, los demás no son
enemigos potenciales nuestros, son colaboradores, somos colaboradores unos con otros.
El otro, el extranjero, el desconocido, el distinto no es un enemigo, es una
persona que necesita nuestro reconocimiento y apoyo, igual que nosotros de él.
Los
padres y los maestros deben ser los referentes esenciales, no por lo que dicen
sino por lo que hacen. Las emociones se educan en la relación con los demás, viviendo
con ellas, hablando sobre ellas claramente, exponiendo y expresando los sentimientos
con claridad y empatía.
El miedo se basa en la pérdida de las necesidades
básicas, en relación con la supervivencia, tener salud, comer, tener un lugar
seguro -casa- tener gente que te cuide y proteja, etc., etc.
Por tanto, la manipulación sobre el
miedo es amenazarte con algo que puede quitarte esas necesidades básicas.
Ante eso, ante el miedo de perder esas
necesidades, nos volvemos sumisos, hacemos lo que sea para no perder esa seguridad.
La persona que ha superado el miedo
ilusorio, irreal, es aquel que ha superado las necesidades básicas de una
manera objetiva y racional, ha dado un paso más en su desarrollo, tiene claro
que más allá de las necesidades básicas materiales, físicas, existen otras
necesidades espirituales, psíquicas, relativas al ser, a la integridad como
persona libre psíquica y efectivamente, relacionadas con la dignidad, la verdad, la
justicia, el altruismo, no solo respecto a sí mismo sino a todos los
demás.
En nuestra educación debiera estar muy
claro, las referencias reales de aquello que puede ser malo para nuestra vida,
supervivencia, bienestar y aquello otro, que es ilusorio, temeroso, sin
sentido.
Nos
educaron en el miedo: miedo a sentir, a moverse, a tocar, a hablar, a reír, a
llorar, miedo a soñar, a desear, miedo a jugar, miedo al placer y al dolor, a
mirar, a ver, a oír, a cantar, miedo a la lluvia, al sol, al día y a la noche,
al invierno, a la primavera, a las caras, a las personas, a los animales, al
bosque, miedo a la libertad.
Una persona que se educa en la relación igualitaria con los demás, que
tiene satisfechas sus necesidades básicas, que tiende por tanto a una
realización superior con los demás, no puede desarrollar patológicamente ningún
miedo desmedido e ilusorio.
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