viernes, 7 de abril de 2023

PROFETAS Y SACERDOTES -FROMM-

 


III. PROFETAS Y SACERDOTES

 

Nunca estuvo tan difundido por el mundo, el conocimiento de las grandes ideas producidas por la especie humana, y nunca esas ideas fueron menos efectivas que hoy.

Se las enseña en miles de instituciones de enseñanza superior, y algunas de ellas son objeto de prédica en las iglesias de todos los cultos en todas partes.

Esto en un mundo que sigue los principios del egotismo irrestricto, y que alimenta un nacionalismo histérico.

Las ideas no influyen profundamente en el hombre cuando sólo se las enseña como ideas y pensamientos.

Es extremadamente difícil que un hombre sea movido por ideas, y que capte una verdad. Para lograrlo, necesita superar resistencias de inercia profundamente arraigadas, vencer el miedo al error o

a apartarse del rebaño.

Las ideas producen en verdad un efecto sobre el hombre si son

vividas por quien las enseña, si son personificadas por el maestro, si aparecen encarnadas. 

Si se enseña la humildad, quien lo enseña ha de ser humilde, queda reflejada en el mensaje, sino es un fracaso.

Muchas veces nos preguntamos por qué tal o tales personas antes eran de muy de izquierdas y ahora son de ultra derecha. La razón está en que nunca lo fueron, solo lo aparentaban, porque estaba de moda, porque sus amigos lo eran, porque lo oía en el ambiente en el que vivía. Para serlo realmente, tendría que haber vivido la desigualdad, la represión, la injusticia… En caso contrario todo es mera apariencia. /

Quienes anuncian ideas y a la vez las viven, podemos llamarlos profetas. Vivieron lo que predicaban. No los impresionaban los poderosos, y dijeron la verdad, aunque esto los llevara a la cárcel, el ostracismo o la muerte. Lo que les ocurría a otros, les ocurría a ellos. La humanidad no estaba fuera, sino dentro de ellos.

Sólo los falsos profetas ambicionan llegar a ser profetas.

Es función del profeta mostrar la realidad, señalar alternativas y protestar; es su función hablar en voz alta, despertar al hombre de su rutinario entresueño.

A los hombres que hacen uso de la idea anunciada por los profetas, los llamaremos sacerdotes.

Los profetas viven sus ideasLos sacerdotes las administran, las predican a la gente, que se adhiere a la idea. / Se hacen representantes o transmisores de los profetas. / Entonces, la idea pierde su vitalidad. Se ha transformado en una fórmula vacía.

Los sacerdotes declaran que es muy importante la manera en que se formula la idea; naturalmente, la formulación siempre se vuelve importante después que la experiencia ha muerto. / la forma hace el fondo /

 

¿de qué otro modo podría uno controlar a la gente, sino controlando sus pensamientos, a menos que haya una formulación “correcta”?

Los sacerdotes utilizan las ideas. para organizar a los hombres, para controlarlos, controlando la expresión exacta de la idea, y cuando los anestesiaron suficientemente, declaran que no son capaces de mantenerse despiertos y de dirigir su propia vida, y que ellos, los sacerdotes, obran por deber, o incluso por compasión, al cumplir la función de dirigir a los hombres que, si se los dejara librados a sí mismos, tendrían miedo de la libertad.

Hay sacerdotes no sólo en religión. Hay sacerdotes en filosofía y sacerdotes en política. Toda escuela filosófica tiene sus sacerdotes. A menudo son muy eruditos; su tarea consiste en administrar la

idea del pensador original, impartirla, interpretarla, transformarla en un objeto de museo y así custodiarla.

También hay los sacerdotes políticos; hemos visto bastantes en los últimos 150 años. Han administrado la idea de libertad, para proteger los intereses económicos de su clase social. Los sacerdotes declararon de una u otra manera que el hombre no era capaz de ser libre. 

Los sacerdotes confunden por lo común a la gente porque se proclaman sucesores del profeta y afirman que viven lo que predican. Sin embargo, aunque un niño podría ver que viven precisamente en forma opuesta a lo que enseñan, la gran masa de personas ha sufrido un efectivo lavado de cerebro y llega eventualmente a creer que si los sacerdotes llevan una vida espléndida lo hacen como sacrificio, porque tienen que representar la gran idea; o que si matan sin piedad sólo lo hacen por fe revolucionaria.

Entre los pocos en los que la idea ha llegado a encarnarse, y a los que la situación histórica transformó de maestros en profetas, está Bertrand Russell.

Bertrand Russell expresó durante muchas décadas sus ideas sobre racionalidad y humanismo, exponiéndolas en sus libros; pero en años recientes ha salido a la plaza a mostrar a todos los hombres que cuando las leyes del país contradicen a las de la humanidad, un verdadero hombre debe elegir las leyes de la humanidad.

Bertrand Russell ha reconocido que la idea, aunque se encarne en una persona, sólo cobra significación social si se encarna en un grupo. Este es el motivo por el que organizó a la gente, desfiló con ella, participo con ella en sentadas y junto con ella fue llevado en los furgones policiales. Entre las ideas que Russell encarna en su vida, quizás la primera que se debe mencionar es el derecho y el deber del hombre de desobedecer. Del hombre que puede decir “no” porque puede afirmar, que puede desobedecer precisamente porque puede obedecer a su conciencia y a los principios que ha elegido; estay hablando del revolucionario, no del rebelde sin causa. En la mayoría de los sistemas sociales la obediencia es la suprema virtud, la desobediencia el supremo pecado. / En el ejecito está escrito bien claro en las paredes de la entrada. En la iglesia también. /

Cuando en nuestra cultura la gente se siente “culpable”, lo que ocurre realmente es que tiene miedo porque ha desobedecido. / ha pecado y tendrá su castigo – la desaprobación y el desafecto de sus allegados – porque dejarán de quererle, de sentir seguridad / Lo que los perturba no es un problema moral, aunque crean que lo es, sino el hecho de haber desobedecido una orden. La enseñanza cristiana ha interpretado la desobediencia de Adán como un hecho

que lo corrompió a él y a su simiente. Esta idea está de acuerdo

con la función social de la Iglesia, que sostiene el poder de los gobernantes mediante la enseñanza del carácter pecaminoso de la desobediencia.

Los sistemas políticos autoritarios siguieron haciendo de la obediencia la piedra angular de su existencia. Apoyada por el robustecimiento del respeto a la autoridad en la familia y en la escuela.

Este siglo es la era de las burocracias jerárquicamente organizadas en el gobierno, las empresas y los sindicatos. Estas burocracias administran a las cosas y a los hombres como una unidad; siguen ciertos principios, especialmente el principio económico del balance, la cuantificación, la eficiencia máxima y el lucro, y funcionan esencialmente como lo haría una computadora electrónica que hubiera sido programada según estos principios.

 

El individuo se transforma en un número, se convierte en una cosa. Pero justamente porque no hay una autoridad manifiesta, porque el individuo no está “forzado” a obedecer, se hace la ilusión de que actúa voluntariamente, de que sólo sigue a la autoridad

“racional”. ¿Quién puede desobedecer lo “razonable? ¿Quién puede desobedecer cuando ni siquiera se da cuenta de que obedece?

La corrupción de las teorías de la educación progresista ha llevado a un método en que al niño no se le dice qué hacer, no se le dan órdenes ni se lo sanciona por el fracaso en ejecutarlas. El niño simplemente “se expresa a sí mismo”. Pero desde el primer día de su vida en adelante, está lleno del impío respeto a la conformidad, del temor de ser “diferente”, del miedo de alejarse del resto del rebaño. Tiene opiniones, pero no convicciones; se divierte, pero es desdichado; está incluso dispuesto a sacrificar su vida y la de sus hijos en la obediencia voluntaria a poderes impersonales y anónimos.

La cuestión de la desobediencia es de vital importancia. Mientras según la Biblia la historia humana comenzó con un acto de desobediencia —Adán y Eva—, mientras de

acuerdo con el mito griego la civilización comenzó con el acto de desobediencia de Prometeo, no es improbable que la historia humana termine con un acto de obediencia a autoridades que a su vez obedecen a los fetiches arcaicos de la soberanía del Estado”, el “honor nacional”, la “victoria militar”, y que darán las órdenes de apretar los botones fatales a quienes les obedecen a ellos y a sus fetiches.

La desobediencia es entonces, un acto de afirmación de la razón y la voluntad.

El hombre no necesita ser agresivo o rebelde; necesita mantener sus ojos abiertos, estar plenamente alerta y deseoso de asumir la responsabilidad de hacer abrir los ojos a quienes se hallan en peligro de perecer porque están amodorrados.

El filósofo desobedece a los clisés y a la opinión pública porque obedece a la razón y a la humanidad.

El filósofo es un ciudadano del mundo; su objeto es el hombre —no esta o aquella persona, está o aquella nación—. Su país es el mundo, no el lugar donde ha nacido.

El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo

y terrible; el pensamiento es despiadado con el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos

confortables; el pensamiento es anárquico y sin ley, indiferente a la autoridad, despreocupado de la acreditada sabiduría de las edades.

Pero, para que el pensamiento llegue a ser posesión de muchos, no privilegio de unos pocos, debemos eliminar el temor. Es el temor lo que contiene a los hombres —el temor de que sus acendradas creencias resulten engañosas, el temor de que las instituciones por las que viven resulten

dañinas, el temor de que ellos mismos resulten menos dignos de respeto de lo que habían supuesto que eran. “¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué nos ocurriría a nosotros, los ricos? ¿Deben los jóvenes, hombres y mujeres, pensar libremente acerca del sexo? Entonces, ¿qué ocurrirá con la moralidad? ¿Deben los soldados pensar libremente acerca de la guerra? Entonces, ¿qué ocurrirá con la disciplina militar? ¡Basta de pensamiento! ¡Retornemos a las sombras del prejuicio, para que no cortan peligro la propiedad,

la moral y la guerra! Es mejor que los hombres sean estúpidos, lerdos y tiránicos, y no que su pensamiento sea libre. En efecto, si su pensamiento fuera libre, Podrían no pensar como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa.” Así argumentan los oponentes del pensamiento

en las profundidades inconscientes de su alma. Y así actúan en sus iglesias, sus escuelas y sus universidades.

 

La gente no se aferra a la vida cuando la ve amenazada; si no, ¿cómo podría explicarse su pasividad ante la amenaza de una catástrofe nuclear?

La gente confunde excitación con goce, estremecimiento con amor a la vida.

Todas las virtudes por las que se encomia al capitalismo —la iniciativa individual, la disposición a asumir riesgos, la independencia— han desaparecido desde hace mucho de la sociedad industrial y se las debe buscar sobre todo en las películas del Oeste y entre los gánsteres.

La atracción por la muerte, que Unamuno llamó necrofilia, no es sólo un producto del pensamiento fascista. Es un fenómeno profundamente enraizado en una cultura que está dominada cada vez más por las organizaciones burocráticas de las grandes corporaciones, gobiernos y ejércitos,

y por el rol central que desempeñan las cosas, los artefactos y las máquinas.

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