martes, 11 de abril de 2023

HAGAMOS QUE PREVALEZCA EL HOMBRE - Fromm.


 

V. HAGAMOS QUE PREVALEZCA EL HOMBRE

 

Dentro del país más rico del mundo, los Estados Unidos, alrededor de la quinta parte de la población no participa de la buena vida de la mayoría. 

Un número considerable de nuestros conciudadanos no han alcanzado el nivel de vida que es la base de una existencia humana digna de ese nombre. Más de las dos terceras partes de la especie humana, los que durante siglos fueron el objeto del colonialismo occidental, tienen un nivel de vida de diez a veinte veces inferior al nuestro, y su expectativa de vida es la mitad de la del norteamericano promedio.

Hay millones de personas en nuestro medio, y centenares de millones fuera de nuestro país, que no disponen de alimento suficiente, restringimos la producción agrícola y, por añadidura, gastamos centenares de millones de dólares cada año en almacenar nuestros excedentes.


Somos más ricos, pero tenemos menos libertad. Consumimos más, pero estamos más vacíos. Tenemos más armas atómicas, pero estamos más indefensos.

Disponemos de más educación, pero tenemos menos sentido crítico y convicciones menos firmes.

Tenemos más religión, pero nos hemos vuelto más materialistas. Hablamos de la tradición norteamericana que, en realidad, es la tradición espiritual del humanismo radical, y llamamos “no americanos” a quienes desean aplicar la tradición a la sociedad actual.


¿En qué se ha transformado el hombre y hacia dónde se encamina si seguimos la trayectoria que ha tomado nuestro sistema industrial?

La concentración del capital llevó a la formación de empresas gigantescas, manejadas por burocracias jerárquicamente organizadas.

Aparte de la burocracia industrial, la gran mayoría de la población está administrada también por otras burocracias. Ante todo, la burocracia gubernamental (incluida la de las fuerzas armadas) que influye de una u otra manera sobre la vida de muchos millones de personas y la dirige. La burocracia industrial, la militar y la gubernamental están cada vez más entrelazadas en sus actividades y, en medida creciente, en su personal. 

Con el desarrollo de empresas cada vez mayores, los sindicatos se han transformado también en grandes maquinarias burocráticas en las que el miembro individual tiene muy poco que decir. Muchos jefes sindicales son burócratas gerenciales, iguales a los jefes de industria.

A raíz del manejo burocrático de las personas, el proceso democrático se ha convertido en un ritual -ceremonia sin sentido para entontecer a la gente- Se trate de una asamblea de accionistas de una gran empresa, de una elección política o de una asamblea sindical, el individuo ha perdido casi toda su influencia para determinar decisiones y para participar activamente en la toma de decisiones.

Pero los medios que se utilizan para producir este consentimiento son los de la sugestión y la manipulación y, junto con todo esto, las decisiones más fundamentales -las de política exterior que implican la paz y la guerra- las toman pequeños grupos que el ciudadano medio, en general ni siquiera conoce.


Se maneja y manipula al individuo no sólo en la esfera de la producción, sino también en la del consumo, que se pretende que es la única en que el individuo expresa su libre elección: consumo de alimentos, vestimenta, bebidas, cigarrillos, películas o programas de televisión, se emplea un poderoso aparato de sugestión, con dos propósitos: primero, hacer aumentar constantemente la apetencia de nuevos bienes por parte del individuo, y, segundo, orientar esas apetencias hacia los canales más provechosos para la industria.


El hombre se transforma en un “consumido”, el eterno succionador, cuyo único deseo es consumir más y “mejores” cosas. 


Nuestro sistema económico ha enriquecido al hombre materialmente, pero lo ha empobrecido humanamente.

Nuestro sistema ha creado una cultura materialista y un hombre materialista. 


Es manejado y manipulado para que sea el perfecto consumidor al que le gusta lo que le dicen que le guste, pero teniendo la ilusión de seguir sus propios gustos.


Desde la niñez se desalientan las convicciones verdaderas.

El individuo no se experimenta como portador activo de sus propias capacidades y de su riqueza interior, sino como una “cosa” empobrecida, dependiente de poderes ajenos a él, en los cuales ha proyectado su sustancia viviente. 


El hombre está alienado de sí mismo y se inclina ante las obras de sus propias manos. Se inclina ante las cosas que él produce, ante el Estado y ante los líderes que él mismo ha construido: / lo relativo a Dios, el estado, la autoridad, el orden, la tradición... /


Su propio acto se le vuelve un poder ajeno, ubicado por encima de él y contra él, en lugar de ser dominado por él. Los ídolos del hombre actual son sus productos, sus máquinas y el Estado, y esos ídolos representan las fuerzas de su propia vida en forma alienada.

Tenemos mucho, pera somos poco.

Producimos máquinas que son como hombres y hombres que son como máquinas.

Pese a que la gente logra más educación, tiene menos razón, juicio y convicción.

El hombre, en lugar de ser el amo de las máquinas que ha construido, se ha transformado en su esclavo.

El hombre preferirá destruir la vida antes que morir de hastío.

 

Hay ciertos elementos básicos en el nuevo capitalismo: el principio de que el mejor resultado para todos no se obtiene mediante la solidaridad y el amor, sino por la acción

individualista y egoísta; la creencia en que un mecanismo impersonal, el mercado, debe regular la vida en sociedad, y no la voluntad, la visión y el planeamiento de las personas.

 

El capitalismo pone a las cosas (el capital) por encima de la vida (el trabajo). El poder deriva de la posesión, no de la actividad.

 

Todo, incluida la radio, la televisión, los libros y los remedios, está sometido al principio de la ganancia, se manipula a las personas para inducirlas al tipo de consumo que es a menudo venenoso para el espíritu, y a veces también para el cuerpo.

No sólo la pobreza es un vicio social, también lo es la riqueza. 

La pobreza material priva al hombre de la base necesaria para una vida humanamente rica. La riqueza material, como el poder, corrompe al hombre. Destruye el sentido de la proporción y de las limitaciones inherentes a la existencia humana.

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