La sombra de la muchacha
baja por la calle
canturreando y saltando con su vestido nuevo.
Al volver la esquina me la
encuentro a lo lejos. Me quedo paralizado, siento el rubor en la cara,
temblores en todo el cuerpo, el corazón galopando. Todo ocurre en una milésima
de segundo.
Giro y rápidamente me voy por otra calle.
Sigo corriendo un rato más
hasta que se van pasando los sudores y por otro camino me dirijo a mi casa,
mirando de reojo, y precavido para que no vuelva a encontrármela.
¿Y todo esto,
porqué?
Porque esa
muchacha me gusta.
En mi imaginación es mi novia.
La más guapa del pueblo.
Tiene flequillo y trenzas, es saltarina y alegre, una cara blanca y sobre todo
muchos vestidos que le mandan sus hermanas mayores desde Barcelona.
Estaba
enamorado de ella desde que tuve uso de razón. Mucho antes de hacer la
comunión. Esta la hacíamos a los 8 años.
El cura nos preparaba muchos meses
antes, enseñándonos los rezos y ensayando para el día de la Ascensión, jueves,
la gran fiesta de la virgen.
A las muchachas las colocaba a la izquierda y a
los muchachos a la derecha. Salíamos de dos en dos, y nos dirigíamos al altar
como dos novios.
Ella y yo fuimos los séptimos en la fila.
Pero no me
enamoré de ella aquel día, fue mucho antes, aquel día fue la suerte que nos
tocó ir en pareja juntos a comulgar.
El cura nos hacía ensayarlo muchas veces
hasta que saliera perfecto.
Seguro, que el primer día que fue colocando a las
parejas, yo me puse en el sitio adecuado, en el momento adecuado, para que me
tocara con ella. Porque, aunque yo era tonto no lo era tanto, y sin que nadie
se enterara, hacía mis planes y mis trampas.
No recuerdo haber hablado nunca con ella,
ni haberla mirado directamente a la cara.
Todo ocurría por detrás, sin que me
viera. Debí estar enamorado de ella hasta que me vine a Madrid, más o menos, a
los doce años.
Y después también en la nostalgia, en lo que pudo haber sido y
no fue. En lo que tenía que haber encontrado y perdí.
Permanece
también la imagen, de que a esa novia imaginaria también yo le gusto.
Es el
deseo más que la imagen. Esta tampoco aporta ningún dato negativo. No dice nada
en contra, pero tampoco a favor.
El deseo de que te quieran permanece oculto en
lo mas hondo, está continuamente presente en la imaginación, en los sueños, en
los juegos. Es un estímulo para vivir.
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