domingo, 16 de junio de 2019

Había un cura gordo



Había un cura gordo
Y un maestro flaco.

Al cura le llamaban Don Estanislao
Al maestro, el “Pachurro” de “Espachurrao”.


Más que la barriga abultaba la papada.
Como un pavo encebado.
Sentado en su sillón,
Papada y barriga dos en una son.

Con las manos sobre ellas
agitando los pulgares
hinchadas las narices
caídos los belfos,
babosa la boca,

más que respeto miedo verle daba. 


Daba hostias el cura como panes
en la cara y al suelo te tiraba. 
Daba hostias a espuertas
Con sus manos de bestia.
Manos que después de hostiar
habías de besar.

El maestro Pachurro
Ni a una mosca tocaba.
Los salvajes muchachos que el cura hostiaba
Se burlaban de él en su propia cara.

Ni "pa" comer tenía el maestro
Robaba la leña de la estufa
llevándosela oculta en la raída chaqueta. 

Qué comía nadie sabía.

Al cura le daban pesetas y bodigos
por misas, rosarios, entierros y responsos.

Tantos le sobraban que a la burra se los echaba.

Vivía solo el maestro en una casa del ayuntamiento.

El cura vivía en un palacio con jardín y huerto
también del ayuntamiento.

Con dos sobrinas, decía:
Una, la Peque, chepuda, paticorta y demoníaca.
La otra, Aurea, fina, beatífica y virginal.
Ambas al servicio del cura: su majestad.

Que hijas suyas eran

cotilleaban las malas lenguas
en corrales y tabernas.

El amo del pueblo era.
Más mandaba que otra autoridad.
A todos les tenía como velas.
Recorría los bares sacando a los hombres a la procesión.
Echaba broncas desde el púlpito a
mozas y mujeres por enseñar brazos  y piernas. 

Todos se reían del maestro como el tonto del pueblo.
Él no pintaba nada.

Todos al cura adulaban en su presencia,
Y a escondidas, casi todos en él se ensuciaban.

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