CARCEL
El
proyecto más importante previsto era hacer una especie de comuna “psicológica”
donde se trataría en principio de vivir juntos observando, analizando y
tratando de resolver los problemas que fueran apareciendo en la convivencia, fruto
de nuestras trabas impuestas por la educación represora recibida, a partir de lo
que podrían elaborarse nuevos proyectos de acción social. Todo ello fue siendo debatido
y analizado con sus antiguos educandos fundamentalmente, a la que se sumaron al
final tres chicos.
El comienzo del curso del año setenta y tres, -no recuerdo exactamente si
fue ese año- le fue confirmada la plaza a Antonio en el instituto de Navalmoral
de la Mata. Allí fuimos entonces los 5 componentes de lo que habíamos
denominado comuna psicológica, puesto que en principio, la única tarea
propuesta era ver cómo nos comportábamos unos con otros en nuestra relación de convivencia,
pretendiendo estudiar los problemas que se presentaran y tratar de resolverlos.
Todos teníamos en mente dedicarnos a la educación en el futuro, unos queríamos estudiar
psicología y otros pedagogía, ambos proyectos dirigidos a la educación en diversos
ámbitos, ya que considerábamos que la educación era esencial para la formación
de la persona y para la trans-formación de la sociedad.
Previamente habíamos estado unos días en el pueblo buscando un piso
dónde vivir. Dos componentes del grupo se inscribieron en el instituto para hacer
el preuniversitario, con la intención posterior de realizar las carreras de
psicología, otros dos no decidieron nada concreto, aparte de buscar hacer algún
estudio por correspondencia, de momento. A Antonio, licenciado en pedagogía, le
asignaron en primacía la clase de francés, impartiendo también otras de importancia
secundaria, a cursos diversos de edad que iban desde el 1º de bachillerato a
preu, con asignaturas distintas en cada grupo. Antonio era buen pedagogo, su
forma de impartir las clases era distinta de la habitual, se atraía a los
muchachos, haciéndoles interesar por el tema. En sus clases se hablaba además de
otros temas anexos o asociados que no pertenecían exactamente a la asignatura
en cuestión, sino a la vida en general y particular de cada caso y región. Muy
pronto los estudiantes en general le apreciaron y admiraron. En los cursos inferiores
asistían dos hijos del profesor de la asignatura: “Formación del Espíritu Nacional”.
Por su denominación podemos deducir de qué trataba esta asignatura: ensalzar el
franquismo, la patria, y demás lindezas, aparte y demás de vigilar y controlar
el entorno donde se movía por si aparecía algún rojo comunista que tanto odio
les provocaba, y sobre todo, denunciarlo a la policía. En definitiva, era un
espía del régimen y con ese objetivo era contratado. Quien solía impartir la
asignatura no tenía ninguna titulación universitaria, sino que era una persona
de falange o similar impuesta por el régimen para además de ensalzar la dictadura,
vigilara lo que en el instituto se hacía, lo controlara y lo denunciara,
independientemente de que fuera real o imaginado. Todo lo que se saliera de la
norma era sospechoso. Todos éramos sospechosos de ser comunistas o terroristas o
acusarnos de ello para que cuadrara con el delito dictado. Este señor, dedujimos
que fue el denunciante que nos llevó a la cárcel. Preguntaría a sus hijos qué hacía
el nuevo profesor que llevaba melena y no usaba corbata como era lo correcto. Y
los niños le contarían que era muy bueno y otras cosas más que se salían de la
norma establecida. Eso dedujimos posteriormente.
En un
mes aproximado que duró nuestra estancia en Navalmoral hasta que nos metieron
en la cárcel, no nos dio tiempo a empezar nada de lo previsto en nuestro proyecto.
Dedicábamos el tiempo a conocer el pueblo, sus habitantes, sus tiendas, bares y
alrededores. Era otoño, el colorido en esas zonas extremeñas era extraordinario.
Se cultivaba también la planta del tabaco. En las comidas, cenas y paseos nos
contábamos las anécdotas, lo vivido, lo que nos sorprendía o nos entusiasmaba,
lo que no entendíamos. Se iban haciendo amigos en el instituto, tanto entre los
alumnos como entre los profesores. Nuestra casa estaba abierta para todos. Hicimos
con algunos de ellos alguna pequeña fiesta en casa. En gran medida todos estábamos
hartos de la dictadura franquista, pero no se podía decir abiertamente nada,
puesto que te podrías encontrar con lo peor. Solo se podría hablar claramente
con alguien de absoluta confianza y conocido ampliamente desde mucho tiempo, con
los demás solo podía haber insinuaciones o algún comentario, donde el otro
pudiera captar tus pensamientos.
Un día
estando a media comida llamaron a la puerta, uno de nosotros fue a abrir, los demás,
sorprendidos vimos aparecer en el salón, a dos personas que dijeron ser policías,
acompañados de otros dos guardias civiles con fusil amenazador. Al susto inicial
le siguió una pausa tranquilizadora que se fue haciendo más tensa y agresiva. Empezaron
a registrarlo todo, había bastantes libros que cada uno habíamos llevado,
además de los dedicados a psicología y los relacionado con el tema, libros
políticos como las obras de Mao, que alguno en su viaje al extranjero había
traído, además de algún otro de Marx o Lenin. Estos los reservaron cuidadosamente
para llevárselos y se reían de ellos diciendo que este Mao Tes Tun, -así le
llamaban-, tenía buen papel, como el de la biblia. Aprovechaban también para
insultar por lo que fuera, sin que viniera a cuento o no. Concluyeron la visita llevándose al mayor y considerado
el jefe, Antonio, al cuartel de la guardia civil. Solo le iban a hacer algunas
preguntas y volvería enseguida nos dijeron. Pero, ojo, los demás, no podíamos movernos
de allí, pues podrían necesitarnos y llevarnos también.
Nos
quedamos estupefactos, sin habla, sin saber qué hacer ni qué decir. Poco a poco
fuimos recogiendo los cacharros de la mesa, los espaguetis convertidos en
cemento, limpiando cansinamente y comenzando a hablar. Eran solo gestos y palabras
de incredulidad, y de impotencia a la vez. Poco a poco fueron surgiendo también
las risas sobre su ignorancia, su brutalidad, su hipocresía. Eran solo
descargas de tensión por lo sucedido, en las que uno puede reír o llorar, sin saber
muy bien porqué. --Que si éramos unos maricones, unos pervertidos, unos
comunistas, terroristas, lo que se les ocurría. Dar palos de ciego a ver si caía
algo.
Después
comenzamos a pensar qué podíamos hacer. Lo más seguro era que volviera Antonio y
todo acabara. Nada tenía sentido. Pero ¿y si no volvía? ¿Por qué no nos íbamos dos
de nosotros a Madrid, en autostop, y allí contactamos con algún amigo al que contárselo
y nos pudiera ayudar hablando con algún abogado. Era absurdo, no podía ser.
Todo era una pesadilla que acabaría de un momento a otro. Pasaba el tiempo y llegó
la noche. Decidimos acercarnos al cuartel de la guardia civil y preguntar. Nos
dijeron que iba a pasar allí la noche, que le lleváramos algo para comer y para
abrigarse. Así lo hicimos y volvimos a casa ya sin esperanza, aunque nos
dijeran que a la mañana siguiente saldría.
A la mañana
siguiente nos fueron a buscar a todos. Mientras a uno le metían en un cuarto para
interrogarle, a los otros nos mantenían en otros tantos cuartos separados. Todos
los interrogatorios eran similares con algunas pequeñas variaciones y las
respuestas de cada uno de nosotros también eran similares pues no había nada escondido
ni secreto, pero a la vez eran más simples que la misma realidad, ya que esta
era más compleja, las mentes simples de los policías no podían entenderlas. --¿Por
qué habíamos venido a vivir cinco jóvenes a un pueblo? Los policías no podían entender
que habíamos ido a vivir juntos para hacer un estudio psicológico de la
convivencia de modo que sin habernos puesto de acuerdo en ello respondíamos todos
lo mismo porque todos deducíamos que los policías no podían entenderlo. Y los policías
sacaban su conclusión y consecuente acusación: --El piso era un picadero donde llevábamos
a las chicas, las drogábamos y las violábamos. Ante la negativa rotunda de cada
uno de nosotros a esa acusación, lanzaban la contraria: --Vivíamos todos juntos
porque éramos maricones. Esto ya tenía lugar al final cuando las primeras
acusaciones no tenían el fruto esperado: --que éramos una célula comunista
dirigida por Antonio y que pretendíamos implantar el comunismo en el instituto
y en el pueblo. –Y preguntaban que quienes eran los jefes superiores, y los
enlaces, etc., etc. También mencionaban la central nuclear que empezaba a
construirse en Almaraz, anunciando que queríamos también soliviantar a los
obreros. Todo era inventos absurdos a ver
si pillaban o podían acusar de algo. Todo fuera de la realidad y de nuestras
intenciones.
Una
vez concluidos los interrogatorios nos condujeron al calabozo del pueblo, un
cuartucho en los bajos del Ayuntamiento donde cabíamos estrechamente los cinco.
Todavía incrédulos de lo que nos estaba pasando pensábamos que aquello era una
pesadilla que tenía que acabar pronto ya que no tenía ningún sentido.
Poco a
poco fueron apareciendo por allí chicos y chicas del instituto. Ellos tampoco
se creían lo que estaban viendo. La parte de arriba de la puerta del calabozo tenía
un ventanuco enrejado, por donde podíamos hablar vigilados desde fuera por un guardia.
Grupos de chicas sobre todo, a lo largo del día nos fueron trayendo comida, que
ellas mismas nos metían dentro con el visto bueno del guarda, y aprovechaban para
quedarse un rato con nosotros, abrazándonos y charlando. Nos trajeron también colchones,
mantas y otras cosas que creían nos serían necesarias. Los tres días que se
sucedieron eran parecidos. A primera hora de la mañana nos llevaban los
desayunos, a mediodía las comidas, por la noche las cenas. Suculentos platos verdaderamente,
cocinados por ellas y sus familiares. Aprovechaban para quedarse un rato con
nosotros charlando y dándonos ánimos. Y de paso nos relataban lo que se decía por
el pueblo, contado por los policías en el hotel donde se alojaban y por los
bares que visitaban. La policía había contado que éramos un grupo terrorista
muy peligroso; que nos habían encontrado gran cantidad de explosivos, que pretendíamos
dar un atentado en el Lusitania Exprés, que pasaba por allí hacia Lisboa, y otro
atentado en la Central Nuclear de Almaraz. Esa era la falsa noticia que hacía
correr la policía. También pasaban a visitarnos profesores y gente del pueblo.
La plaza del Ayuntamiento había momentos en que estaba abarrotada de gente dándonos
su apoyo. Tampoco podíamos creernos pero nos llenaba de alegría, aquel apoyo entusiasta
de la gente como si fuéramos unos héroes. No nos lo podíamos creer, estábamos encerrados
y a la vez estamos contentos y eufóricos.
Pasaron
los tres días y no nos libraron de allí, al contrario, vendría a buscarnos un
coche celular de la guardia civil para llevarnos indefinidamente a la cárcel de
Cáceres. Nos avisaron previamente para que estuviéramos preparados. También se había
enterado todo el pueblo y se había ido concentrando a lo largo de la mañana en
la plaza. Salimos en fila uno a uno escoltados por la guardia civil con los
fusiles empuñados, pasando por entre la gente hasta llegar al coche celular.
Veíamos que a la gente se le caían las lágrimas y a nosotros también. Nos
fueron metiendo en el coche, candaron por fuera, la gente seguía llorando,
nosotros también, el coche arrancó, la gente levantaba los brazos despidiéndonos,
mandándonos besos, sin dejar de llorar, otros levantaban el puño, a nosotros seguían
cayéndonos las lágrimas hasta que la imagen fue desapareciendo. Permanecimos
mudos todo el trayecto, con la boca seca, la garganta ahogada, la cabeza caída
y la mirada nublada en el suelo del coche. Era últimos de noviembre. Habíamos estado
en el pueblo escasamente un mes y medio.
Llegamos
a la cárcel de Cáceres. Después de registrarnos y quedándose con todo lo que llevábamos,
nos asignaron a cada uno una celda en uno de los pisos de arriba. Íbamos pasando
por diversas estancias enrejadas, que se abrían para dejarnos pasar y volvían a
cerrase tras nosotros. En todo el recorrido oíamos gritos y abucheos que no entendíamos.
Estábamos tan asustados que ni entendíamos nada de nada. Llegamos a las celdas.
Todas alineadas una junto a otra. Nos tendrán tres días aislados por completo,
nos dijeron, sin salir de ellas para nada. Unos guardianes nos iban metiendo uno
a uno en ellas, sin casi mirar a los compañeros para despedirse. Se oían
fuertemente los cerrojos dejándonos encerrados. Te quedabas en el centro
paralizado. No sabías adónde mirar, al techo, a las paredes, al suelo, al
ventanuco enrejado que había en la pared de enfrente, en la pared de la derecha
una cama estrecha, en la de la izquierda, un lavabo y un wáter. Después de unos
minutos alelado en el centro te dejabas caer en la cama. No sé quién se estaría burlando de nosotros quizá dios allá arriba,
cuando por el ventanuco se oyó la voz de Nino Bravo cantar: -Libre como el viento
yo soy libre, libre como el mar....
¿qué
se hace en una celda solo durante tres días, sin un libro, sin un cuaderno, sin
un lápiz, sin tener nada ni a nadie, solo tu cuerpo, tu mente, tu pena, tu
incredulidad, tu rabia?
Creo
que ese tiempo ha desaparecido de mi conciencia. Creo que ha sido habitado por
el olvido. Solo aparecen anécdotas o sobresaltos. El deseo de salir haría el
tiempo eterno. Se dormitaba, se daban vueltas en la cama, se daban vueltas por
la celda, se volvía a la cama, se daban vueltas en la cabeza, así día y noche,
noche y día.
Después
de pasar los tres días de aislamiento por fin nos dejaron salir y vernos.
Habría abrazos, seguro, y lágrimas también.
A
partir de entonces nos dejaban salir una hora por la mañana y otra por la tarde,
a pasea por el balconcillo donde estaban las celdas, reencontrarnos con los
compañeros, hablar y proyectar la salida de la pesadilla estableciendo contacto
con amigos de Madrid para que a su vez encontraran los bogados pertinentes para
ello. Nos llevaban la comida a la celda, generalmente era comida mala, los caldos
hechos de culos de gallina era lo habitual. En los primeros días nos llevaron
una bandeja con filetes buenos de ternera, diciéndonos que era un regalo de
nuestros amigos de Eta. Nos asombramos claro, no teníamos amigos en Eta ni nada
parecido, ni sabíamos nada de nada al respecto. La cárcel era de presos comunes,
estaban allí por violaciones o asesinatos según nos decían los carceleros, más
bien tenían cara de locos según vimos en un par de ocasiones en que nos llevaron
a la enfermería. Considerados presos políticos solo estábamos nosotros y dos
presos de Eta, del conocido Proceso de Burgos: Onaindia y Uriarte. Estos eran
quienes nos llevaban la comida al enterarse de que éramos considerados presos políticos.
Solo los vimos en un par de ocasiones, nos saludaron con la mano desde el piso
de abajo. Onaindia renqueaba. Nos dijeron que dedicaban su estancia allí para
estudiar, derecho o algo parecido. Cada poco tiempo seguían enviándonos comida
buena. Cuando salíamos al paseo y nos reencontrábamos con los compañeros fuimos
estableciendo un código morse por el que nos comunicábamos el resto del día con
el compañero que teníamos al otro lado de la pared, mediante golpes con los
nudillos de los dedos. Pedimos también algún libro de la biblioteca, pensábamos
y escribíamos, pasando los días de ese modo. Un libro de los pedidos entre los
pocos que tenían fue la Biblia. Leíamos pasajes del nuevo testamento y lo asociábamos
a nuestra situación como por ejemplo: seréis enviados como corderos en medio de
lobos.
Nos
comunicaron que nuestro abogado estaba relacionado con el gabinete de Cristina
Almeida y de Ruiz Jiménez. También nos fueron a visitar algunos familiares más
directos como los padres. En mi pueblo de nacimiento se había hecho correr por parte
del Ayuntamiento la falsa noticia de que éramos miembros de Eta. Unos días antes
de navidad los abogados consiguieron
sacarnos provisionalmente de la cárcel.
Aparte
de los bulos inventados por la policía de pertenecer al Partido Comunista o a
Eta, el escrito del juez nos acusaba de constituir una asociación ilícita y de
hacer propaganda ilegal sin especificar pertenecer a ninguna organización
política. Ambas acusaciones eran mentira, como ya he reiterado. Ni nos
encontraron ninguna propaganda porque no la había, ni tampoco el hecho de ser una
asociación ilícita ni de ningún tipo. El
juez debería haberlo desestimado pero no lo hizo porque estaban para eso y se alimentaban
de acusar y encarcelar a gente inocente. Año y medio después aproximadamente tuvo
lugar el juicio en el TOP (Tribunal de Orden Público) Lo de “orden público” es
un eufemismo. El tribunal se había creado para meter a gente en la cárcel sospechosa
de ser comunista o similar. El presidente del tribunal un tal “Mariscal de
Gante”. Busco en internet para ver concretamente
quién era este señor. --Traspongo literalmente: Jaime Mariscal de Gante fue
comisario de la brigada Político Social en Zaragoza desde 1954. Dejó su cargo
en la policía en 1966 para convertirse en juez titular. Ejerció como presidente
del TOP hasta 1974 en que fue nombrado director general del Régimen Jurídico de
la Prensa, donde ejerció un destacado papel en la represión contra los medios
de la prensa e instruyó numerosas causas contra activistas antifranquistas. Entre
sus cinco hijos, hay dos comisarios en distintas plazas, destacando su hija
Margarita, ministra de justicia con el primer gobierno de Aznar.--
En el
año previo a nuestro juicio, nos dedicamos a ir de vez en cuando a alguno de
los juicios que se realizaban en el Tribunal de Orden Público en la plaza de
las Salesas de Madrid. Los juicios eran como asistir a un espectáculo de
teatro. A un grupo, por ejemplo, les acusaban de terroristas por haber tirado
piedras en una manifestación. Ni se demostró que habían tirado piedras ni siquiera
que habían estado en la manifestación. Aparte de eso y además, eran
despreciados e insultados por el fiscal. De esa manera sabíamos lo que nos
esperaba pero a la vez nos haría ir con menos miedo y más seguridad, y también no
tratar de alardear de nada. De otra manera dicho, iríamos humildes y sumisos,
diciendo la verdad, eso sí, pero sin replicar. El juicio fue una farsa como eran
la mayoría. No se demostró nada de nada, y como no podían demostrar nada, argumentaron
que estaba en nuestra mente, que si no lo habíamos hecho era porque no habíamos
podido. Un poco como diría la iglesia, era un pecado de pensamiento. En fin, a
todos los componentes nos echaron 6 meses de cárcel y un día, lo mínimo
previsto, y por ello no entramos más a la cárcel, excepto a Antoio, considerado
el jefe, que le cayó un año y pico. Este si entró en la cárcel. Estuvo en la Cárcel
Modelo de Carabanchel varios meses hasta que el dictador Franco murió y hubo
una amnistía general con la que salieron de la cárcel.
No tiene para mí ningún mérito haber estado en la cárcel. Menos cuando
no ha sido por hacer algo responsable que te pudiera conducir ahí. El mérito está
en adoptar una posición responsable sabiendo que te puede conducir a la cárcel.
Es el caso de los objetores de conciencia, que se niegan a ir a la mili aún
sabiendo que esa decisión los puede llevar a la cárcel. Muchas personas pasaron
por esa situación. Ellos sí tienen mérito.
A Navalmoral no tuvimos la ocasión de volver, -al menos yo- ni pudimos
dar las gracias a toda la gente del pueblo que se había portado tan maravillosamente
con nosotros. Desde aquí se las doy en nombre propio y en el de mis compañeros.
Después del juicio, tampoco nos volvimos a ver nosotros. Cada uno debió
de buscarse la vida como pudo, continuar sus estudios, buscar un trabajo, etc.,
no lo sé.
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