lunes, 22 de marzo de 2021

PSICOLOGIA DE LAS MASAS

 


PSICOLOGIA DE LAS MASAS  -FREUD-

(Síntesis realizada por Joaquín Benito Vallejo)


Ciertas ideas y comportamientos no surgen ni se transforman en actos más que en los individuos constituidos como multitud o masa.

La masa es una entidad compuesta de elementos distintos, heterogéneos, que al convertirse en masa genera caracteres y comportamientos diferentes  a lo que cada individuo en particular posee.

Pero, si los individuos que forman una multitud se hallan fundidos en una unidad, existe algo que les enlaza y une, y les caracteriza como masa.

El INDIVIDUO integrado en una multitud difiere del individuo aislado y se comporta de modo distinto.

La superestructura psíquica diversamente desarrollada en cada individuo, queda destruida apareciendo desnuda la uniformidad básica inconsciente común a todos ellos.

De esta manera, se formaría un carácter propio de los individuos constituidos en multitud o masa. Pero en la masa, tales individuos muestran nuevas cualidades de las que carecían antes como individuos aislados.


Su explicación está en 3 factores diferentes.

1º- El individuo construido en masa, adquiere un sentimiento de potencia invencible por el que puede ceder a instintos que de modo aislado frenaría. Y se abandonará a tales instintos por estar y pertenecer a la multitud anónima e irresponsable, desapareciendo el sentimiento propio de responsabilidad individual.

El individuo, al entrar  a formar parte de la masa, se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones inconscientes individuales.

Los caracteres aparentemente nuevos, al entrar en la masa, son exteriorizados desde el inconsciente individual, donde se halla contenido en germen todo lo malo del alma humana.

La desaparición de la consciencia y del sentimiento de responsabilidad yace en lo que denominamos conciencia moral que es la angustia social.

- El contagio mental interviene para determinar la manifestación de caracteres especiales y su orientación.

El contagio es similar a fenómenos de orden hipnótico.

En la masa todo sentimiento y todo acto es contagioso.

El individuo se ve arrastrado al interés colectivo, contrario a su naturaleza individual.

3º- Determina a los individuos dentro de una masa, con caracteres especiales  opuestos al individuo aislado, la sugestión es efecto del contagio.

Por la fisiología se sabe que un individuo puede ser transferido a un estado, perdiendo se personalidad consciente, obedece a las sugestiones del operador que se la ha hecho perder, cometiendo así los actos más contrarios a su carácter y costumbre.

El individuo sumido durante un tiempo en una masa, cae pronto en un estado semejante a la fascinación del hipnotizado entre las manos del hipnotizador.

Se le paraliza la vida cerebral  y se convierte en un esclavo de su inconsciente que el hipnotizador dirige a su antojo.

La personalidad consciente desaparece, la voluntad y el discernimiento quedan abolidos. Sentimientos y pensamientos son orientados por el hipnotizador.

Son características, la desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la personalidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y de las ideas por sugestión y contagio y la tendencia a transformar en actos las sugerencias del hipnotizador son los principales caracteres del individuo integrado en la masa.

Perdidos todos sus rasgos personales pasa a convertirse en un autómata sin voluntad.

Por el solo hecho de formar parte de una masa desciende el hombre varios escalones en la escala de la civilización y la humanización.

Aislado podía ser un individuo culto, en masa es un animal instintivo, un bárbaro.

Resaltan las coincidencias del alma de la masa con la de los primitivos  y los niños.

Abriga un sentimiento de omnipotencia.

La masa es influenciable y crédula. 

Carece de sentido crítico.

Los sentimientos son simples y exaltados.

Se llega rápidamente a lo extremo.

La sospecha se convierte en evidencia.

La antipatía se convierte en odio.

Es tan autoritaria como intolerante.

Ve en la bondad debilidad.

Exige la violencia.

Quiere ser subyugada y temer a su amo.


Tiene instintos conservadores y respeto fetichista a las tradiciones, horror inconsciente a las novedades que transformen sus condiciones de existencia.

En la masa desaparecen todas las inhibiciones individuales. Mientras se desatan los instintos crueles, brutales y destructores.

La masa es un dócil rebaño incapaz de vivir sin amo. Tiene sed de obedecer.

 

(Hasta aquí Freud expone las ideas de –Gustavo Le Bon- con las que está de acuerdo)



OTRAS CONCEPCIONES – McDougall

El fenómeno más singular y al mismo tiempo más importante de la formación de la masa, consiste en la exaltación o intensificación de la emotividad en los individuos que la integran, que no existen en otras condiciones en las que los afectos humanos alcancen la intensidad a la que llegan en la multitud.

Esta absorción del individuo por la masa, atribuyéndola a lo que él denomina «el principio de la inducción directa de las emociones por medio de la reacción simpática primitiva », esto es, a aquello que denominamos “contagio” de los afectos

El individuo llega a ser incapaz de mantener una actitud crítica y se deja invadir por la misma emoción. Se intensifica por inducción recíproca la carga afectiva de los individuos integrados en la masa.

 La masa da al individuo la impresión de un poder ilimitado y de un peligro invencible. Es la encarnación de la autoridad, cuyos castigos se han temido y por la que nos imponemos tantas restricciones

Para garantizar la propia seguridad, deberá cada uno seguir el ejemplo que observa en derredor suyo, e incluso, si es preciso, llegar a  «aullar con los lobos»

Obedientes a la nueva autoridad, habremos de hacer callar a nuestra consciencia anterior y ceder así a la atracción del placer que seguramente alcanzaremos por el cese de nuestras inhibiciones.

Ven estorbada su actividad porque la intensificación de la afectividad crea, en general, condiciones desfavorables para el trabajo intelectual; y porque los individuos, intimidados por la multitud, ven coartado dicho trabajo, y porque en cada uno de los individuos integrados en la masa queda disminuida la consciencia de la responsabilidad.

Una tal masa es sobremanera excitable, impulsiva, apasionada, versátil, inconsecuente, indecisa y al mismo tiempo inclinada a llegar en su acción a los mayores extremos, accesible sólo a las pasiones violentas y a los sentimientos elementales, extraordinariamente fácil de sugestionar, superficial en sus reflexiones, violenta en sus juicios, capaz de asimilarse tan sólo los argumentos y conclusiones más simples e imperfectos, fácil de conducir y conmover.

Carece de todo sentimiento de responsabilidad y respetabilidad, se conduce más bien como un rebaño de animales salvajes.


SUGESTION  Y LIBIDO


Libido es un término perteneciente a la teoría de la afectividad.

Lo consideramos como una energía -como una magnitud cuantitativa de los instintos relacionados  con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el concepto placer y de amor.

La masa tiene que hallarse mantenida en cohesión por algún poder.

Cuando el individuo englobado en la masa renuncia a lo que le es personal y se deja sugestionar por los otros, experimentamos la impresión de que lo hace por sentir en él la necesidad de hallarse de acuerdo con ellos y no en oposición a ellos, esto es, por «amor a los demás", o porque pertenecer a la masa, a los demás encuadrados en ella, le produce una satisfación.

 

 DOS MASAS ARTIFICIALES: LA IGLESIA Y EL EJÉRCITO


La Iglesia y el Ejército son masas artificiales, masas sobre las que actúa una coerción exterior encaminada a preservarlas de la disolución y a evitar modificaciones de su estructura.

Estas multitudes, altamente organizadas y protegidas en la forma indicada, contra la disgregación, nos revelan determinadas particularidades que en otras se mantienen ocultas o disimuladas.

En la Iglesia -católica especialmente- y en el Ejército, cualesquiera que sean sus diferencias en otros aspectos, domina una misma ilusión: la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe (Cristo, en la iglesia católica, y el general en jefe en el Ejército), que ama con igual amor a todos los miembros de la colectividad.

De esta ilusión depende todo, y su desvanecimiento traería consigo la disgregación de la Iglesia o del Ejército, en la medida en que la coerción exterior lo permitiese.

El igual amor de Cristo por sus fieles todos, aparece claramente expresado en las palabras: «De cierto os digo, que cuanto le hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis».

Para cada uno de los individuos que componen la multitud creyente, es Cristo un bondadoso hermano mayor, una sustitución del padre.

El aliento democrático que anima a la Iglesia depende de la igualdad de todos los fieles ante Cristo y de su idéntica participación en el amor divino.

Una profunda razón compara la comunidad cristiana a una familia y se consideran los fieles como hermanos en Cristo, esto es, como hermanos por el amor que Cristo les profesa.


Análogamente sucede en el Ejército. El jefe es el padre que ama por igual a todos sus soldados, razón por la cual son éstos camaradas unos de otros. Aquí la iglesia es la patria, y el "cristo" el general de turno.


En –la Iglesia y el Ejército- se halla el individuo doblemente ligado por lazos libidinosos; en primer lugar, al jefe (Cristo o el general), y además, a los restantes individuos de la colectividad.

Si cada uno de tales individuos se halla ligado, por sólidos lazos afectivos, a dos centros diferentes, no ha de sernos difícil derivar de esta situación la modificación y la limitación de su personalidad, generalmente observadas.


Cuando entra el pánico en la masa es cuando la multitud comienza a disgregarse caracterizándose por el hecho de que las ordenes de los jefes dejan de ser obedecidas y el individuo solo trata de salvarse a sí mismo. Rotos así los lazos recíprocos, surge un miedo inmenso e insensato.

Es el miedo el que al crecer desmesuradamente se impone.

Se trata de explicar precisamente por qué el miedo ha llegado a tomar proporciones tan gigantescas. No puede atribuirse a la magnitud del peligro.

La esencia del pánico está precisamente, en carecer de relación con el peligro que amenaza.

Cuando el individuo integrado en una masa en la que ha surgido el pánico, comienza a no pensar más que en sí mismo, demuestra con ello haberse dado cuenta del desgarramiento de los lazos afectivos que hasta entonces disminuían a sus ojos el peligro.

 El miedo pánico presupone el relajamiento de la estructura libidinosa de la masa y constituye una justificada reacción al mismo, siendo errónea la hipótesis contraria de que los lazos libidinosos de la masa, quedan destruidos por el miedo ante el peligro.

La palabra «pánico» no posee una determinación precisa e inequívoca. A veces se emplea para designar el miedo colectivo, otras es aplicada al miedo individual, cuando éste supera toda medida, y otras, por, último, parece reservada a aquellos casos en los que la explosión del miedo no se muestra justificada por las circunstancias.

Sin que el peligro aumente, basta la pérdida del jefe -en cualquier sentido para que surja el pánico. (El jefe aúna y proteje - mejor dicho, el individuo se siente unido a los demás y protegido)

Con el lazo que les ligaba al jefe desaparecen también los lazos que ligaban a los individuos entre sí y la masa se pulveriza. Por ello, en las batallas, reales o ficticias, el objetivo va en matar al jefe, para que la masa se disuelva.

La disgregación de una masa religiosa resulta ya más difícil de observar. Toda religión, aunque se denomine religión de amor, ha de ser dura y sin amor para con todos aquellos que no pertenezcan a ella. Toda religión es una tal religión de amor para sus fieles y en cambio, cruel e intolerante para aquellos que no la reconocen.


OTROS PROBLEMAS

Ningún hombre soporta una aproximación demasiado íntima con los demás. Casi todas las relaciones afectivas íntimas, de alguna duración, entre dos personas -el matrimonio, la amistad, el amor paterno y el filial dejan un depósito de sentimientos hostiles, que precisa para desaparecer, del proceso de la represión.

La aversión se hace más difícil de dominar cuanto mayores son las diferencias y de este modo hemos dejado ya de extrañar la que los galos experimentan por los germanos, los arios por los semitas y los blancos por los hombres de color.

Cuando la hostilidad se dirige contra personas amadas, decimos que se trata de una ambivalencia afectiva.

En los sentimientos de repulsión y de aversión que surgen sin disfraz alguno contra personas extrañas con las cuales nos hallamos en contacto, podemos ver la expresión de un narcisismo que tiende a afirmarse y se conduce como si la menor desviación de sus propiedades y particularidades individuales implicase una crítica de las mismas y una invitación a modificarlas.


Esta conducta de los hombres revela una disposición al odio y una agresividad, a las cuales podemos atribuir un carácter elemental.

Toda esta intolerancia desaparece, fugitiva o duraderamente en la masa. 

Mientras que la formación colectiva se mantiene, los individuos se comportan como cortados por el mismo patrón; toleran todas las particularidades de los otros, se consideran iguales a ellos y no experimentan el menor sentimiento de aversión.

Tal restricción del narcisismo no puede ser provocada sino por un solo factor: por el enlace libidinoso a otras personas.


El egoísmo no encuentra un límite más que en el amor a otros y el amor a objetos. Aun en los casos de simple colaboración, se establecen regularmente entre los camaradas relaciones libidinosas.

La libido se apoya en la satisfacción de las grandes necesidades individuales y elige, como primeros objetos, a aquellas personas que en ella intervienen.

En el desarrollo de la humanidad, como en el del individuo, es el amor lo que ha revelado ser el principal factor de civilización, y aun quizá el único, determinando el paso del egoísmo al altruismo.

Cuando observamos que en la masa surgen restricciones del egoísmo narcisista, inexistentes fuera de ella, habremos de considerar tal hecho como una prueba de que la esencia de la formación colectiva reposa en el establecimiento de nuevos lazos libidinosos entre los miembros de la misma.


LA IDENTIFICACIÓN

Esta es la manifestación más temprana de un enlace afectivo con otra persona y desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo.

El niño manifiesta un especial interés por su padre; quisiera ser como él y reemplazarlo en todo. Hace de su padre, un ideal, su ideal.

Simultáneamente a esta identificación con el Padre comienza el niño a tomar a su madre como objeto de sus instintos libidinosos.

Muestra, pues, dos tipos de enlaces, psicológicamente diferentes.  Uno, francamente sexual, -afectivo, placentero-, hacia la madre, y otra, la identificación con el padre, al que considera como modelo que imitar.

Estos dos enlaces coexisten durante algún tiempo sin influirse ni estorbarse entre sí. Pero a medida que la vida psíquica tiende a la unificación van aproximándose, hasta acabar por encontrarse y de esta confluencia nace el complejo de Edipo normal.

El niño se da cuenta que el padre –u otro macho- le cierra el camino hacia la madre, -o la hembra- . Su identificación con él adquiere por este hecho, un matiz hostil, terminando por fundirse en el deseo de sustituirle también cerca de la madre.

La identificación es, además, desde un principio, ambivalente, y puede acabar, tanto en una exteriorización cariñosa como en el deseo de supresión 

Se comporta como una ramificación de la primera fase, la fase oral, de la organización de la libido, durante la cual el sujeto se incorporaba al objeto ansiado y estimado, "comiéndoselo", y al hacerlo así, lo destruía.

Sabido es que el caníbal ha permanecido en esta fase: ama a sus enemigos, esto es, gusta de ellos o los estima, para comérselos, y no se come sino aquellos a quienes ama desde este punto de vista. –son mamados, absorbidos, comidos-

 Más tarde, perdemos de vista los destinos de esta identificación con el padre. Puede suceder que el complejo de Edipo experimente una inversión, o sea, que adoptando el sujeto una actitud femenina, se convierta el padre en el objeto del cual esperan su satisfacción los instintos sexuales directos, y en este caso, la identificación con el padre constituye la fase preliminar de su conversión en objeto sexual. Este mismo proceso preside la actitud de la hija con respecto a la madre.

No es difícil expresar en una fórmula esta diferencia entre la identificación con el padre y la elección del mismo como objeto sexual. En el primer caso, el padre es lo que se quisiera ser; en el segundo, lo que se quisiera tener

La diferencia está, pues, en que el factor interesado sea el sujeto o el objeto del Yo. Por este motivo, la identificación es siempre posible antes de toda elección de objeto. Lo que ya resulta mucho más difícil es construir una representación metapsicológica concreta de esta diferencia. Todo lo que comprobamos es que la identificación aspira a conformar el propio Yo análogamente al otro tomado como modelo. 

En un síntoma neurótico, la identificación se enlaza a un conjunto más complejo. Supongamos el caso de que la hija contrae el mismo síntoma patológico que atormenta a la madre, por ejemplo una tos pertinaz. Pues bien, esta identificación puede resultar de dos procesos distintos. Puede ser, primeramente, la misma del complejo de Edipo, significando, por lo tanto, el deseo hostil de sustituir a la madre, y entonces, el síntoma expresa la inclinación erótica hacia el padre y realiza la sustitución deseada, pero bajo la influencia directa de la consciencia de la culpabilidad: «¿No querías ser tu madre? Ya lo has conseguido. Por lo menos, ya experimentas sus mismos sufrimientos». Tal es el mecanismo completo de la formación de síntomas histéricos. Pero también puede suceder que el síntoma sea el mismo de la persona amada. La identificación representa la forma más temprana y primitiva del enlace afectivo

En las condiciones que presiden la formación de síntomas, y, por lo tanto, la represión, y bajo el régimen de los mecanismos de lo inconsciente, sucede, con frecuencia, que la elección de objeto deviene de nuevo identificación, absorbiendo el Yo las cualidades del objeto. En estas identificaciones, copia el Yo unas veces a la persona no amada, y otras en cambio, a la amada. En ambos casos, la identificación no es sino parcial y altamente limitada, contentándose con tomar un solo rasgo de la persona-objeto. 

En un tercer caso, particularmente frecuente y significativo, de formación de síntomas, la identificación se efectúa independientemente de toda actitud libidinosa con respecto a la persona copiada. El mecanismo al que aquí asistimos, es el de la identificación, hecha posible por la actitud o la voluntad de colocarse en la misma situación.

 Las demás pueden tener también una secreta intriga amorosa y aceptar, bajo la influencia del sentimiento de su culpabilidad, el sufrimiento con ella enlazado. Sería inexacto afirmar que es por simpatía por lo que se asimila el síntoma de su amiga.

Por lo contrario, la simpatía nace únicamente de la identificación, y prueba de ello es que tal infección o imitación se produce igualmente en casos en los que entre las dos personas existe menos simpatía que la que puede suponerse entre dos condiscípulas de una pensión.

 

Uno de los Yo, ha advertido en el otro una importante analogía en un punto determinado (en nuestro caso se trata de un grado de sentimentalismo igualmente pronunciado); Inmediatamente, se produce una identificación en este punto, y bajo la influencia de la situación patógena, se desplaza esta identificación hasta el síntoma producido por el  Yo imitado.

La identificación por medio del síntoma señala así el punto de contacto de los dos Yo, punto de encuentro que debía mantenerse reprimido.

Las enseñanzas extraídas de estas tres fuentes pueden resumirse en la forma que sigue: , la identificación es la forma primitiva del enlace afectivo de un objeto; 2º, siguiendo una dirección regresiva, se convierte en sustitución de un enlace libidinoso a un objeto, como por introyección del objeto en el Yo; y 3º, puede surgir siempre que el sujeto descubre en sí, un rasgo común con otra persona que no es objeto de sus instintos sexuales.

Cuanto más importante sea tal comunidad, más perfecta y completa podrá llegar a ser la identificación parcial y constituir así el principio de un nuevo enlace.

El enlace recíproco de los individuos de una masa es de la naturaleza de una similar identificación, basada en una amplia comunidad afectiva. Y podemos suponer que esta comunidad reposa en la forma del enlace con el caudillo.

Nos hallamos ante el proceso denominado «proyección simpática» por la psicología, proceso del que depende, en su mayor parte, nuestra comprensión del Yo de otras personas

 

La génesis del homosexualismo, es con mucha frecuencia, la siguiente: el joven ha permanecido fijado a su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un lapso mayor del ordinario y muy intensamente. Con la pubertad, llega luego el momento de cambiar a la madre por otro objeto sexual, y entonces se produce un súbito cambio de orientación: el joven no renuncia a la madre, sino que se identifica con ella, se transforma en ella y busca objetos susceptibles de reemplazar a su propio Yo y a los que amar y cuidar como él ha sido amado y cuidado por su madre 

Lo más singular de esta identificación es su amplitud. El Yo queda transformado de un modo importantísimo, en el carácter sexual, conforme al modelo de aquel otro que hasta ahora constituía su objeto, quedando entonces perdido o abandonado el objeto, sin que de momento podamos entrar a discutir si el abandono es total o permanece conservado el objeto en lo inconsciente.

 

ENAMORAMIENTO E HIPNOSIS

El enamoramiento no es más que un revestimiento del objeto enamorado por los instintos sexuales. Revestimiento encaminado a lograr una satisfacción sexual directa y que desaparece con su consecución. Esto es lo que conocemos como amor corriente o sensual.

La singular evolución de la vida erótica humana nos ofrece un segundo factor. El niño encontró, durante la primera fase de su vida, fase que se extiende hasta los cinco años, su primer objeto erótico en su madre (la niña en su padre), y sobre este primer objeto erótico se concentraron todos sus instintos sexuales que aspiraban a hallar satisfacción.

El niño permanece en adelante ligado a sus padres, pero con instintos a los que podemos calificar de «coartados en sus fines».

El hombre muestra apasionada inclinación hacia mujeres que le inspiran un alto respeto, pero que no le incitan al comercio amoroso, y en cambio, sólo es potente con otras mujeres a las que no «ama», estima en poco o incluso desprecia

Dada una represión o retención algo eficaz de las tendencias sensuales, surge la ilusión de que el objeto es amado también sensualmente a causa de sus excelencias psíquicas, cuando, por lo contrario, es la influencia del placer sensual lo que nos ha llevado a atribuirles tales excelencias.

En el enamoramiento pasa al objeto una parte considerable de libido narcisista, llega incluso a evidenciarse que el objeto sirve para sustituir un ideal propio y no alcanzado del Yo.

Amamos al objeto a causa de las perfecciones a las que hemos aspirado para nuestro propio Yo y que quisiéramos ahora procurarnos por este rodeo, para satisfacción de nuestro narcisismo.

Las tendencias que aspiran a la satisfacción sexual directa pueden sufrir una represión total, como sucede, por ejemplo, casi siempre, en el apasionado amor del adolescente; el Yo se hace cada vez menos exigente y más modesto, y en cambio, el objeto deviene cada vez más magnífico y precioso, hasta apoderarse de todo el amor que el Yo sentía por si mismo, proceso que lleva naturalmente, al sacrificio voluntario y completo del Yo.

El objeto ha devorado al Yo.

La crítica ejercida por esta instancia enmudece, y todo lo que el objeto hace o exige es bueno e irreprochable

El objeto ha ocupado el lugar del ideal del Yo.

La diferencia entre la identificación y el enamoramiento en sus desarrollos más elevados, son conocidos con los nombres de fascinación y servidumbre amorosa y resultan fáciles de describir.

El Yo se enriquece con las cualidades del objeto, se lo «introyecta, y se empobrece a si mismo, dándose por entero al objeto y  sustituyendo por él su más importante componente.

No se trata ni de enriquecimiento ni de empobrecimiento, pues incluso el estado amoroso más extremo puede ser descrito diciendo que el Yo se ha «introyectado» el objeto.

En el caso de la identificación, el objeto desaparece o queda abandonado, y es reconstruido luego en el Yo que se modifica parcialmente conforme al modelo del objeto perdido.

En el otro caso, el objeto subsiste, pero es dotado de todas las cualidades por el Yo y a costa del Yo.

Que el objeto sea situado en el lugar del Yo o en el del ideal del Yo.

Del enamoramiento a la hipnosis no hay gran distancia, siendo evidentes sus coincidencias.

El hipnotizado da, con respecto al hipnotizador, las mismas pruebas de humilde sumisión, docilidad y ausencia de crítica, que el enamorado con respecto al objeto de su amor.

En ambos, el mismo renunciamiento a toda iniciativa personal. El hipnotizador se ha situado en el lugar del ideal del Yo.

En la hipnosis, se nos muestran todas estas particularidades con mayor claridad y relieve, de manera que parecerá más indicado explicar el enamoramiento por la hipnosis y no ésta por aquél.

El hipnotizador es para el hipnotizado el único objeto digno de atención; todo lo demás se borra ante él.

El hecho de que el Yo experimente como en un sueño todo lo que el hipnotizador exige y afirma, nos advierte que hemos omitido mencionar, entre las funciones del ideal del Yo, el ejercicio de la prueba de la realidad.

El Yo considera como real una percepción cuando la instancia psíquica encargada de la prueba de la realidad se pronuncia por la realidad de la misma.

La relación hipnótica es un abandono amoroso total con exclusión de toda satisfacción sexual, mientras que en el enamoramiento, dicha satisfacción no se halla sino temporalmente excluida y perdura en segundo término, a título de posible fin ulterior.

La relación hipnótica es -si se nos permite la expresión- una formación colectiva constituida por dos personas.

La hipnosis se presta mal a la comparación con la formación colectiva, por ser más bien idéntica a ella.

Nos presenta aislado un elemento de la complicada estructura de la masa: la actitud del individuo de la misma con respecto al caudillo.

Por tal limitación del número se distingue la hipnosis de la formación colectiva, como se distingue del enamoramiento por la ausencia de tendencias sexuales directas, las tendencias sexuales coartadas en su fin son las que crean entre los hombres lazos más duraderos.

El amor sensual está destinado a extinguirse en la satisfacción.

Para poder durar, tiene que hallarse asociado desde un principio a componentes puramente tiernos, esto es, coartados en sus fines, o experimentar en un momento dado, una transposición de este género.

En la hipnosis hay aún, en efecto, mucha parte incomprendida y de carácter místico.

Una especie de parálisis resultante de la influencia ejercida por una persona omnipotente sobre un sujeto impotente y sin defensa, particularidad que nos aproxima a la hipnosis provocada en los animales por el terror.

Es muy atendible el hecho de que la conciencia moral de las personas hipnotizadas puede oponer una intensa resistencia, simultánea a una completa docilidad sugestiva de la persona hipnotizada

Las consideraciones que anteceden nos permiten, de todos modos, establecer la fórmula de la constitución libidinosa de una masa, por lo menos de aquella que hasta ahora venimos examinando, o sea de la masa que posee un caudillo y no ha adquirido aún, por una «organización»  demasiado perfecta, las cualidades de un individuo.

Una tal masa primaria es una reunión de individuos, que han reemplazado su ideal del Yo por un mismo objeto, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca identificación del Yo.


EL INSTINTO GREGARIO

 Los numerosos lazos afectivos dados en la masa bastan para explicarnos uno de sus caracteres, la falta de independencia e iniciativa del individuo. Se identifica en su reacción con la de los demás, su descenso, a la categoría de unidad integrante de la multitud.

Otros caracteres; la disminución de la actividad intelectual. La afectividad exenta de todo freno, la incapacidad de moderarse y retenerse, la tendencia a transgredir todo límite en la manifestación de los afectos y a la completa derivación de éstos en actos. Todos estos caracteres y otros análogos, representan una regresión de la actividad psíquica a una fase anterior en la que no extrañamos encontrar al salvaje o al niño.

Tal regresión caracteriza especialmente a las masas ordinarias, mientras que en las multitudes más organizadas y artificiales, pueden quedar, como ya sabemos, considerablemente atenuados, tales caracteres regresivos.

Experimentamos así, la impresión de hallarnos ante una situación en la que el sentimiento individual y el acto intelectual personal son demasiado débiles para afirmarse por sí solos, sin el apoyo de manifestaciones afectivas e intelectuales, análogas, a las de los demás individuos.

Esto nos recuerda cuán numerosos son los fenómenos de dependencia en la sociedad humana normal, cuán escasa originalidad y cuán poco valor personal hallamos en ella y hasta qué punto se encuentra dominado el individuo por las influencias de un alma colectiva, tales como las propiedades raciales, los prejuicios de clase, la opinión pública, etc.

El enigma de la influencia sugestiva se hace aún más oscuro cuando admitimos que es ejercida no sólo por el caudillo sobre todos los individuos de la masa, sino también por cada uno de éstos sobre los demás y habremos de reprocharnos la unilateralidad con que hemos procedido al hacer resaltar casi exclusivamente la relación de los individuos de la masa con el caudillo, relegando, en cambio, a un segundo término, el factor de la sugestión recíproca.

Tomamos esta explicación del interesante libro de W. Trotter sobre el instinto gregario, lamentando tan sólo que el autor no haya conseguido sustraerse a las antipatías desencadenadas por la última gran guerra.

Trotter deriva los fenómenos psíquicos de la masa, antes descritos, de un instinto gregario innato al hombre como a las demás especies animales. Este instinto gregario  es, desde el punto de vista biológico, una analogía y como una extensión de la estructura policelular de los organismos superiores, y desde el punto de vista de la teoría de la libido, una nueva manifestación de la tendencia libidinosa de todos los seres homogéneos, a reunirse en unidades cada vez más amplias.

El individuo se siente «incompleto» cuando está solo.

La angustia del niño pequeño sería ya una manifestación de este instinto gregario. La oposición al rebaño, el cual rechaza todo lo nuevo y desacostumbrado, supone la separación de él y es, por lo tanto, temerosamente evitada.

El instinto gregario sería algo primario y no susceptible de descomposición.

Trotter considera como primarios los instintos de conservación y nutrición, el instinto sexual y el gregario. Este último entra a veces en oposición con los demás. La consciencia de la culpabilidad y el sentimiento del deber serían las dos propiedades características del animal gregario. Del instinto gregario emanan asimismo según Trotter, las fuerzas de represión que el psicoanálisis ha descubierto en el Yo, y por consiguiente, también las resistencias con las que el médico tropieza en el tratamiento psicoanalítico.

El lenguaje debe su importancia al hecho de permitir la comprensión recíproca dentro del rebaño, y constituiría, en gran parte, la base de la identificación de los individuos gregarios.

Trotter concentra toda su atención en aquellas asociaciones más generales, dentro de las cuales vive el hombre, e intenta fijar sus bases psicológicas.

Considerando el instinto gregario, como un instinto elemental no susceptible de descomposición, prescinde, claro está, de toda investigación de sus orígenes, y su observación de que Boris Sidis lo deriva de la sugestibilidad, resulta por completo superflua, afortunadamente para él, pues se trata de una tentativa de explicación ya rechazada en general, por insuficiente, siendo, a nuestro juicio, mucho más acertada la proposición inversa, o sea la de que la sugestibilidad es un producto del instinto gregario.

Contra la exposición de Trotter puede objetarse, más justificadamente aún que contra las demás, que atiende demasiado poco al papel del caudillo.

Creemos imposible llegar a la comprensión de la esencia de la masa haciendo abstracción de su jefe.

El instinto gregario no deja lugar alguno para el caudillo, el cual no aparecería en la masa sino casualmente.

El instinto gregario excluye por completo la necesidad de un dios y deja al rebaño sin pastor.

También puede refutarse la tesis de Trotter con ayuda de argumentos psicológicos, esto es, puede hacerse, por lo menos, verosímil, la hipótesis de que el instinto gregario es susceptible de descomposición, no siendo primario en el mismo sentido que los instintos de conservación y sexual.  No es, naturalmente, nada fácil, perseguir la ontogénesis del instinto gregario.

El miedo que el niño pequeño experimenta cuando le dejan solo, y que Trotter considera ya como una manifestación del instinto gregario, es susceptible de otra interpretación más verosímil.

La expresión de un deseo insatisfecho, cuyo objeto es la madre y más tarde, otra persona familiar, deseo que el niño no sabe sino transformar en angustia.

Esta angustia del niño que ha sido dejado solo, lejos de ser apaciguada por la aparición de un hombre cualquiera «del rebaño», es provocada o intensificada por la vista de uno de tales «extraños». Además, el niño no muestra durante mucho tiempo signo ninguno de un instinto gregario o de un sentimiento colectivo

El sentimiento social reposa en la transformación de un sentimiento primitivamente hostil en un enlace positivo de la naturaleza de una identificación. Se efectúa bajo la influencia de un enlace común, a base de ternura, a una persona exterior a la masa.

A propósito de las dos masas artificiales, la Iglesia y el Ejército, hemos visto que su condición previa consiste en que todos sus miembros sean igualmente amados por un jefe.

La reivindicación, de igualdad formulada por la masa, se refiere tan sólo a los individuos que la constituyen, no al jefe.

Todos los individuos quieren ser iguales, pero bajo el dominio de un caudillo.

Muchos iguales, capaces de identificarse entre sí, y un único superior, tal es la situación que hallamos realizada en la masa.

Más que un «animal gregario», es el hombre un «animal de horda», esto es, un elemento constitutivo de una horda conducido por un jefe.


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