CUENTAN que yo nací un día de
carnaval.
Cuando
hombres y mujeres se disfrazan de lo que no son o de aquello que quieren ser y
no pueden.
Esos
días en que se disfruta haciendo creer a los demás y a sí mismos que son reyes
o payasos, asesinos o amantes, según lo necesiten.
Días
en que se permite la simulación. Creer ser otro. Engañar a los demás con otro
rostro. Dejar traslucir alguna zona de verdad oculta y prohibida.
Hoy día, España en especial, es un gran carnaval.
En
el pueblo son grandes fiestas en las que todos participaban, unos siendo
actores y otros espectadores, riéndose unos con otros, riéndose unos de otros.
Mozos
y mozas recorriendo las calles en grupos cogidos del brazo cantando y bailando,
simulando caras y abrazos o aprovechando la máscara para tocarse donde no
estaba permitido.
Los
casados haciendo de las suyas, más pícaros ellos, pellizcando a las mozas y
metiéndoles el brazo por debajo de la saya.
Los niños tampoco se quedaban atrás imitando el atrevimiento de los mayores. Y
jugando a ser vampiros, dragones, héroes, ogros, o princesas.
Haber
nacido en un día de carnaval debe tener un significado. Al menos, no faltará
quién se lo dé.
Personas oscuras, personas blandas, personas duras, seres
desconocidos.
Cada
una intentado mostrar lo que les falta, ocultar lo que les sobra.
Personas,
máscaras.
Es
bonito ser otro, aparentar ser otro, ponerse otros vestidos, otros cuerpos,
otras caras, otras voces, otras almas.
Y a la vez, ¡que terrible no ser uno
mismo! ¡No saber ni siquiera quién es uno! ¡Intentar suplir ese vacío,
inventándose quién ser!
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