martes, 21 de agosto de 2018

vampiros

VAMPIROS
Joaquín Benito Vallejo




Desde muy niño mantuve relaciones con vampiros.
Tenía yo la sangre muy dulce.
Nunca vi en ellos ásperas alas peludas, ni caras demacradas, ni capas negras. 
Al contrario, los veía, bellos, muy bellos ¿por qué no ser yo así?
Se acercaban a mí en forma de ángeles protectores.
Me susurraban al oído con voz aterciopelada.
Me envolvían con cálidas caricias.
Los vampiros son seres fantásticos para las jóvenes vírgenes ingenuas deseosas de ser admiradas como yo.
Por otro lado, yo no creía en los vampiros. Sabía certeramente que eran leyendas de películas y novelas de miedo.
Hoy se que existen de verdad.
Realmente, estamos rodeados de ellos, pero nunca se manifiestan como son.
Usan nombres comunes de personas, como, por ejemplo: Isabel, Antonio, Juan, Rafael, Carmen, Elena, Marta, Francisco, Augusto, Pablo, Mariano.
Son tímidos o afables. Se esconden tras de amplias sonrisas.
Llegas a desearlos, antes de que su caricia se deslice por tu piel.
Cuando, al fin besaron mi cuello, me derramé en escalofríos de placer.
Pero el éxtasis llegó cuando penetraron en mis venas y sorbieron mi sangre, primero aspirándola gozosamente, después a dentelladas y borbotones.
Temblaba de gusto.
Permanecí un tiempo insomne, anestesiado.
Cabalgaba en los bordes del dolor y del éxtasis.
Me sentía más yo, porque ellos me chupaban.
Al dar mi sangre me daban la vida.
Yo no era nada sin ellos.
Me hice un adepto suyo y les buscaba otras jóvenes de cuellos largos y turgentes senos, ansiosas de afecto.
Me gratificaban oliendo un poco de su maravillosa sangre roja.
Comenzaba a gustarme ser como ellos, poder obnubilar a los demás con el intenso olor y fuerza de su sangre roja.
Me seducía la idea de ser también vampiro.
Si mi sangre les hacía inmortales a ellos, la sangre de los demás me haría inmortal a mi.

Por ese camino desemboqué en la cara de la muerte.
Contemplé mi alma diluirse río abajo. Era ya imposible retenerla entre mis manos. El agua me encharcaba los pulmones. Me ahogaba sin remedio.
El rostro de la muerte me animó a seguir viviendo.
Viajé durante algún tiempo con la mochila cargada de estacas por si me encontraba con algún vampiro.
Más tarde comprendí que si a los vampiros no les miras ellos no te ven.



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