martes, 30 de diciembre de 2025




 ¿QUÉ ES EL SUPERYO?


La misma palabra dice ya lo que es: un ser superior a mí – externo a mí, agrego, pero que acaba introyectándose, metiéndose dentro de mí, en mi conciencia y en mi ser, teniendo más poder incluso que uno mismo, que yo mismo, imponiendo sus reglas externas, dentro de mí, -es terrible lo que estoy diciendo-. Un vampiro, un virus, otro bicho, algo que penetra en mí, vive a costa de mí, a la vez que me alimenta, y me transforma para bien y/o para mal, en otro ser superior a mí.

 

No es que sea simplemente algo externo, a la vez es algo interno, forma parte de mí sea interno o externo. Está en mi exterior y en mi interior, porque mi Yo depende de algo mío interno, como la anatomía, la fisiología, el psiquismo, a la vez que depende de algo externo, como el aire para respirar, como el medio ambiente con todos sus factores, del cual forman parte los demás seres vivos que han conformado previamente y siguen conformando el medio ambiente. 

 

Y, sobre todo, es la sociedad en la que he nacido y en la que vivo, con sus códigos, reglas, escritas o no, normas, costumbres, etc. 

 

El psiquismo que es formado tanto por la entidad biológica como por la complejidad sociedad. Todo el ser material y psíquico contienen una parte biológica y otra social. Tanto la parte material como la psíquica, tienen la virtud, y el riesgo de ser penetrados e invadidos por algo de la parte externa medioambiental y social. Y con esa invasión yo me convierto en algo de fuera, algo extraño a mí.   

 

Y sin embargo, algo extraño que necesito, aunque también no lo quiera.

 

Este superyo, ser superior que ha penetrado en mí, poseyéndome, supone, significa, encarna, la conciencia personal del mundo, -lo que el mundo externo a mí, piensa-, la cultura, la moral, lo establecido, la religión, las normas, las creencias, el poder, representado y sembrado por los padres en primera plana, que tienen a su vez características concretas, dentro de esa moral universal. 

 

La introyección del superyo, -de ese ser superior a mí- hace que ya no sea necesario el castigo exterior porque nosotros mismos nos convertimos en nuestros castigadores. Integramos todas las normas, con sus penitencias y castigos.

 

Nos sentimos culpables de haber hecho algo prohibido, no solo de haberlo sentido, de haber creído que lo hemos sentido, de haberlo pensado, imaginado, deseado. 

 

(seguirá)