miércoles, 8 de marzo de 2023

LA DESOBEDIENCIA - E. Fromm




I. 
LA DESOBEDIENCIA COMO PROBLEMA PSICOLOGICO Y MORAL

 

Reyes, sacerdotes, señores feudales, patrones de industrias, militares y padres han insistido durante siglos en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio. 


Dicho de otro modo, aquellos que tienen privilegios y viven a costa de ellos, promulgan, que la obediencia, -la obediencia a sus leyes-, es una virtud, mientras que, desobedecer, -no cumplir sus leyes- es el mayor pecado, -porque la desobediencia rompe sus leyes y su poder. 

 

Rebelarse contra las leyes establecidas, enaltece al hombre, es el principio de su realización personal. Su opresión implica su obediencia, su corrupción como ser íntegro, someterse a leyes impuestas desde fuera, y renunciar a sus pulsiones y necesidades vitales. Los padres representan y llevan a cabo el orden establecido desde arriba y desde fuera, en contra del sentir natural de cada ser. /

 

Así pues, el llamado “pecado original”, lejos de corromper al hombre, lo que hizo fue liberarlo; Este fue el comienzo de la historia de la liberación humana. El denominado “pecado” no lo había corrompido, sino que lo había liberado de las cadenas de la esclavitud y de la armonía prehumana.

 

Al irse desplegando la historia, el hombre desarrolla sus capacidades de razón y de amor, hasta que crea una nueva armonía entre él, sus congéneres y la naturaleza.

Toda la civilización humana se basa en un acto de desobediencia. 

Prometeo dice: “Prefiero estar encadenado a esta roca, antes que ser el siervo obediente de los dioses.

 

La humanidad continuó evolucionando mediante actos de desobediencia. Su desarrollo psíquico, espiritual, sólo fue posible porque hubo hombres que se atrevieron a decir no a cualquier poder impuesto, en contra de su conciencia. 

Su evolución intelectual dependió de su capacidad de desobediencia a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos.

/ basados en sus sentires porque el sentir precede al pensar /

 

La mayoría de los hombres -incluida la mayoría de los que están en el poder- viven emocionalmente en la Edad de Piedra; Aunque las matemáticas, astronomía y ciencias naturales sean del siglo XX, la mayoría de las ideas sobre política, el Estado y la sociedad siguen siendo de la edad de piedra.

 

Si la humanidad futura se suicida, será porque la gente obedecerá a quienes le ordenan apretar los botones de la muerte.

Porque obedecerá a las pasiones arcaicas de temor, odio y codicia; porque obedecerá a clisés obsoletos de soberanía estatal y honor nacional.

 

Todos los mártires han tenido que desobedecer a quienes deseaban amordazarlos, para seguir su propia conciencia, a las leyes de la humanidad y de la razón.

 

Si un hombre sólo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo;

La obediencia a una persona, institución o poder es sometimiento; implica la renuncia de mi autonomía y la aceptación de una voluntad ajena a mí. 

 

La obediencia a mi propia razón o convicción no es un acto de sumisión sino de afirmación.

 

La “conciencia autoritaria” es la voz internalizada de una autoridad a la que estamos ansiosos y obligados de complacer y temerosos de desagradar. Es la conciencia de la que habla Freud, y a la que llama superyó, que representa las órdenes y prohibiciones del padre internalizadas y aceptadas por el hijo, debido al temor.

 

La conciencia humanista, por el contrario, se basa en el hecho de que como seres humanos tenemos un conocimiento de lo que es humano e inhumano, de lo que contribuye a la vida y de lo que la destruye. 

Es la voz que nos reconduce a nosotros mismos, a nuestra humanidad.

 

Pero puede ocurrir que crea conscientemente que estoy siguiendo a mí conciencia; cuando en realidad, he absorbido los principios del poder; estos se han instalado en mí y los creo míos.

 

La autoridad internalizada es mucho más efectiva que la que experimento claramente como algo que no forma parte de mí. 

 

La obediencia a la “conciencia autoritaria”, como toda obediencia a pensamientos y poderes exteriores, tiende a debilitar la “conciencia humanista”, la capacidad de ser uno mismo y de juzgarse a sí mismo.

 

La obediencia a otra persona es sumisión, aunque hay que distinguir la autoridad “irracional” de la autoridad “racional”. 

 

La autoridad racional es la relación que existe entre alumno y maestro; La autoridad irracional es la relación entre esclavo y dueño.

 

Los intereses del maestro y del alumno, en el caso ideal, se orientan en la misma dirección. El maestro se siente satisfecho si logra hacer progresar al alumno; si fracasa, ese fracaso es suyo y del alumno. 

 

En cambio, el dueño del esclavo, le desea explotarlo en la mayor medida posible. Los intereses del esclavo y el dueño son antagónicos, porque lo que es ventajoso para uno va en detrimento del otro.

La autoridad irracional tiene que usar la fuerza, el engaño o la sugestión, pues nadie se prestaría a la explotación si dependiera de su arbitrio evitarlo.

 

¿Por qué se inclina tanto el hombre a obedecer y por qué le es tan difícil desobedecer? Mientras obedezco al poder del Estado, de la Iglesia o de la opinión pública, me siento seguro y protegido.

Poco importa cuál sea el poder al que obedezco. Es siempre una institución, u hombre, que utilizan la fuerza y que pretenden fraudulentamente poseer la omnisciencia y la omnipotencia. 

Mi obediencia me hace participar del poder que reverencio, -y que temo- y por ello me siento fuerte. No puedo cometer errores, pues ese poder decide por mí; no puedo estar solo, porque él me vigila; no puedo cometer pecados, porque él no me permite hacerlo.

 

Para desobedecer debemos tener el coraje de estar solos, errar y pecar. La capacidad de coraje depende del estado de desarrollo de una persona. 

Sólo si una persona ha emergido del regazo materno y de los mandatos de su padre, sólo si ha emergido como individuo plenamente desarrollado y ha adquirido así la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, puede tener el coraje de decir “no” al poder, solo así puede desobedecer.

 

Así pues, una persona puede llegar a ser libre mediante actos de desobediencia, aprendiendo -y teniendo el valor- de decir no al poder. Pero no sólo la capacidad de desobediencia es la condición de la libertad; la libertad es también la condición de la desobediencia. 

Si temo a la libertad -porque he sido criado en la esclavitud y la obediencia- no puedo atreverme a decir “no”, no puedo tener el coraje de ser desobediente, -porque ello conlleva mi inseguridad y temor-.

 

La libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad, pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero.

 

/ Uno se hace libre desobedeciendo lo injusto establecido. /

 

En la historia humana la obediencia se identificó con la virtud y la desobediencia con el pecado. La razón de ello es simple: a lo largo de la historia, una minoría ha dominado a la mayoría. Este dominio se hizo necesario porque las cosas buenas que existían sólo eran para unos pocos, mientras la mayoría debía conformarse con las migajas que los poderosos les daban.

Si los pocos deseaban gozar de las cosas buenas y, hacer que los muchos los sirvieran y trabajaran para ellos, se requería una condición: que los muchos aprendieran a obedecer. 

La obediencia puede establecerse por la mera fuerza. Pero este método tiene muchas desventajas. Constituye una amenaza constante de que algún día los muchos lleguen a tener los medios -y la conciencia- para derrocar a los pocos por la fuerza; además, hay muchas clases de trabajo que no pueden realizarse apropiadamente si la obediencia sólo se respalda en el miedo. Por ello la obediencia que sólo nace del miedo de la fuerza debe transformarse en otra que surja del corazón del hombre.

 

La lucha contra la autoridad en el Estado y también en la familia era a menudo la base misma del desarrollo de una persona independiente y emprendedora. La lucha contra la autoridad era inseparable de la inspiración intelectual que caracterizaba a los filósofos del Iluminismo y a los hombres de ciencia. Esta “inspiración crítica” se traducía en fe en la razón, y al mismo tiempo en duda respecto de todo lo que se dice o piensa, en tanto se base en la tradición, la superstición, la costumbre,

la autoridad. 


/ las anotaciones que van de este modo son propias mías, no de E. Fromm/

 

 

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