Reseñamos aquí algunos argumentos de E. Fromm, sobre el desarme, publicados en su libro: Sobre la desobediencia.
ARGUMENTOS EN FAVOR DEL DESARME UNILATERAL
Este libro fue publicado en 1984, el mismo año en que sitúa la acción de su libro distópico G. Orwel, en que la sociedad está gobernada por UN GRAN HERMANO.
Ambos, Orwel y Fromm no sabían realmente cómo sería el mundo en 2022. Aunque intuirían que sería mucho peor que en 1984.
Fomm elabora su discurso en torno a una guerra “fría” y la posibilidad de otra “caliente” entre EEUU y la UNIÓN SOVIÉTICA. Hoy la Unión Soviética ha desaparecido mientras el temor de la guerra, no, como Fromm podía intuir que desaparecería. Pero EEUU se ha inventado otros enemigos para seguir justificando su política, porque la Unión Soviética habrá desaparecido, pero no el temor “creado” del comunismo y de otros destructores del “orden internacional” propiciado por Estados Unidos que se refiere al orden de los ricos para seguir siendo cada vez más ricos, en contra de los servicios públicos y el bien común de toda la humanidad.
Los EEUU no aceptarán un desarme unilateral, decía en 1980 E. Fromm, por el temor a la URRS. Pero es falso por lo dicho, se han inventado otros peligros para no hacer el desarme. Tampoco la URRS hubiera aceptado el desarme.
Este artículo de Fromm se ocupa de sugerencias prácticas para el control de armamentos, propone un concepto distinto y muy limitado de desarme unilateral, que podría llamarse: iniciativa unilateral en la adopción de medidas dirigidas hacia
el desarme.
Se apoya en un cambio en el método de negociación del desarme multilateral. Implica abandonar el método de negociación por ambas partes y dar unilateralmente pasos graduales hacia el desarme con la expectativa de que los otros actúen en reciprocidad.
Citando a Osgoad:
Para lograr la máxima eficacia en inducir al enemigo a la reciprocidad, un acto unilateral debe: 1) en términos de agresión militar, ser claramente desventajoso para el bando que lo adopta, pero no muy mutilante; 2) ser de tal manera, que el enemigo lo perciba claramente como algo que reduce la amenaza exterior contra él; 3) no aumentar la amenaza del enemigo contra su territorio; 4) ser de tal naturaleza que una acción recíproca por parte del enemigo esté claramente a su alcance y nítidamente señalada; 5)ser anunciado de antemano y ampliamente publicitado en los países aliados, neutrales y enemigos —en lo referente a la naturaleza del acto, su propósito como parte de una política coherente, y la reciprocidad esperada—; 6) no requerir, sin embargo, ningún compromiso del enemigo a la reciprocidad como condición para su cumplimiento.”
Para dar por lo menos una idea de las etapas concretas de esta política, se mencionan las siguientes (algunas de ellas de acuerdo con Osgood): compartir la información científica; reducir la cantidad de tropas; evacuar una o más bases militares;
detener el rearme, etcétera.
La expectativa es que unos y otros estén tan dispuestos a evitar la guerra, y que una vez invertido el curso de la sospecha mutua puedan darse pasos mayores que lleven a un desarme bilateral completo.
Las negociaciones de desarme deben ir paralelas a negociaciones políticas, que apunten esencialmente a la no interferencia mutua sobre la base del reconocimiento del statu quo.
¿Cuáles son las premisas en que se basa la propuesta de que se den pasos unilaterales hacia el desarme? -63-
1) el actual método de negociaciones no parece conducir a la meta del desarme bilateral, debido a las sospechas y temores mutuos profundamente arraigados;
2) Si no se logra un desarme completo, la carrera armamentista continuará y llevará a la destrucción de nuestra civilización, incluso sin que estalle una guerra, irá minando lentamente y llegará eventualmente a destruir los valores en defensa de los cuales estamos arriesgando nuestra existencia física;
3) Si bien los pasos unilaterales constituyen un decidido riesgo, el riesgo que se corre en cada paso no es invalidante y resulta infinitamente menor que el peligro que corremos si continúa la carrera armamentista.
La dificultad que impide llegar al desarme completo reside en los estereotipos anquilosados de sentimientos y hábitos mentales. Cualquier intento de desentumecer estas pautas y de repensar todo el problema, puede ser importante para encontrar
una salida al peligroso estancamiento.
La propuesta ha sido defendida desde una posición religiosa, moral o pacifista, por hombres tales como Victor Gollancz, Lewis Mumford, y algunos cuáqueros. Hombres como Bertrand Russell, Stephen King-Hall y C. W. Milis, no se oponen al uso de la fuerza en determinadas circunstancias, pero son incondicionalmente adversos tanto a la guerra termonuclear como a toda preparación para ella.
Comparten la convicción de la unicidad de la especie humana y la fe en las potencialidades espirituales e intelectuales del hombre.
Están unidos por su inflexible oposición a todo tipo de idolatría, incluida la idolatría del Estado, sea en nombre de Dios o de la democracia.
El individuo debe estar dispuesto a dar su vida en aras de sus valores supremos, si surge esa necesidad última.
También están convencidos todos ellos de que arriesgar la vida de la especie humana, o incluso los resultados de sus mejores esfuerzos de los últimos 5000 años, es algo inmoral e irresponsable.
A medida que la guerra se vuelve a la vez más insensata y devastadora, va aumentando la convergencia entre los oponentes pacifistas, humanistas y pragmáticos contra el armamento nuclear.
Continuar la carrera armamentista es algo catastrófico. Los resultados de una guerra termonuclear serían tales que defraudarían por completo la idea de que debemos librar tal guerra para salvar nuestro modo democrático de vida.
Continuar con esa idea, es algo que se acerca a la patología.
La creciente escisión entre inteligencia y sentimiento, tan característica de nuestro desarrollo occidental, ha alcanzado su pico peligroso y esquizoide en la manera calma y pretendidamente racional en que podemos discutir la posible destrucción del mundo como resultado de nuestra propia acción.
Los efectos traumáticos de semejante catástrofe llevarían a una nueva forma de barbarie primitiva, al resurgimiento de los elementos más arcaicos, que existen aún potencialmente en cada hombre, y de los que hemos tenido amplia evidencia en los sistemas de terror de Hitler y Stalin.
Les sonaría muy improbable a muchos estudiosos de la naturaleza y la psicopatología humanas que los hombres puedan apreciar la libertad, el respeto por la vida o el amor después de haber presenciado tan ilimitada crueldad.
Es un hecho psicológico que los actos de brutalidad tienen un efecto brutalizador sobre los participantes y llevan a más brutalidad.
¿QUE OCURRIRÍA SI FUNCIONA LA DISUASION?
Vivir bajo la amenaza constante de destrucción crea ciertos efectos psicológicos en la mayoría de los seres humanos: miedo, hostilidad, endurecimiento, sequedad del corazón.
Tales condiciones nos transformarán en bárbaros -aunque seamos bárbaros equipados con las máquinas perfectas.
Si proclamamos seriamente que nuestro fin es preservar la libertad (impedir la subordinación del individuo a un Estado todopoderoso), debemos admitir que perderemos esta libertad, funcione o no el sistema de disuasión.
Hemos transformado los medios en fines. Manufacturamos máquinas que son como hombres, y producimos hombres que son como máquinas. En su trabajo, el individuo es manejado como parte de un equipo de producción. Durante su tiempo libre, es manipulado como un consumidor al que le gusta lo que le dicen que debe gustarle, aunque teniendo la ilusión de que obedece a su propio gusto. Al centrar su vida en la producción de cosas, el hombre mismo está en peligro de volverse cosa, adorar a los ídolos de la máquina de producción y al Estado, aunque padezca la ilusión de que está adorando a Dios. “Las cosas ocupan la montura y cabalgan a la humanidad”, como dijo Emerson.
Las circunstancias que hemos creado se han consolidado transformándose en potencias que nos dominan. El sistema técnico y burocrático que hemos construido nos dice qué hacer, decide por nosotros. Podemos no estar en peligro de transformarnos en esclavos, pero estamos en peligro de convertimos en robots, y están amenazados los valores humanos: la integridad, la individualidad, la responsabilidad, la razón y el amor. Lo que se habla acerca de estos valores se va transformando cada vez más en un ritual vacío.
Esta tendencia hacia un mundo de hombres impotentes dirigidos por máquinas viriles alcanzará el punto sin retomo si continuamos la carrera armamentista.
La real amenaza contra nuestra existencia no es la ideología sino la vaciedad de nuestras creencias.
El hecho de que la libertad, la individualidad y la fe se han vuelto fórmulas huecas, que Dios se ha transformado en un ídolo, que nuestra vitalidad está minada porque no tenemos otras miras que lograr más de lo mismo.
BENEFICIOS Y PELIGOS DE UN DESARME UNILATERAL
Si la causa principal de guerra reside realmente en el miedo mutuo, sería entonces muy probable que el desarme de cualquiera de ellos eliminara esta causa fundamental, y por ende la probabilidad de guerra.
¿Pero existen otros motivos, aparte del temor, que podrían impulsar a tratar de conquistar el mundo? Uno de esos Motivos podría ser el interés económico en la expansión, que fue una motivación básica también para las dos primeras guerras mundiales.
En la actualidad y en el futuro, la guerra tendría como único “fundamento racional” la irracionalidad del deseo de poder y conquista del hombre.
ALGUNAS CONSIDERACIONES PSICOLOGICAS
Si “confianza” tiene sentido moral, es lamentablemente cierto que es muy raro que se pueda confiar en los líderes políticos. La razón reside en la escisión que existe entre moral privada y pública: el Estado, transformado en un ídolo, justifica cualquier inmoralidad si se la comete en su interés, mientras que los mismos líderes políticos no cometerían los mismos actos si estuvieran actuando en favor de sus propios intereses privados.
Si trato con un oponente en cuya salud mental confío, puedo apreciar sus motivaciones y en cierta medida predecirlas, porque existen ciertas reglas y propósitos, como el de la supervivencia o el de la conmensurabilidad entre medios y fines, que son comunes a todas las personas sanas.
/ NO CREO QUE EXISTA LA SALUD MENTAL DE POLITICOS Y NEGOCIANTES – AMBOS BUSCAN ENRIQUECERSE SIN LIMITES, SIN HACER CASO A LOS RIESGOS DE LA HUMANIDAD – SE CREEN DIOSES POR ENCIMA DE LAS NECESIDADES O DESEOS HUMANOS /
Esta cuestión de la salud mental de los líderes y de los pueblos nos lleva a otra consideración que nos afecta. Se basa en la cuestión respecto de que es posible más bien de que sea probable. La diferencia entre estos dos modos de pensamiento es precisamente la diferencia entre el pensamiento paranoide y el sano.
La inconmovible convicción de un paranoico respecto de la validez de su delusión se apoya en el hecho de que es lógicamente posible, y, por lo tanto, irrefutable.
Para un paranoico, es lógicamente posible que su esposa, sus hijos y colegas lo odien y estén conspirando para matarlo. No se puede convencer al paciente de que su delusión es imposible; sólo se le puede decir que es extremadamente improbable.
Mientras esta última posición requiere un examen y evaluación de los hechos y también un cierto monto de fe en la vida, la posición paranoide puede satisfacerse con la sola posibilidad. Sugiero que nuestro pensamiento político sufre de tales
tendencias paranoides. Deberíamos preocupamos no de las posibilidades, sino más bien de las probabilidades. Esta es la única manera sana y realista de conducir tanto los asuntos de la vida nacional, como de la individual.
También en el plano psicológico, hay ciertos equívocos sobre la posición de desarme unilateral que se presentan en muchas de las discusiones. Se la ha entendido como una posición de sometimiento y de resignación. Pero, al contrario, tanto los pacifistas como los pragmatistas humanistas creen que el desarme unilateral sólo es posible como expresión de un profundo cambio espiritual y moral dentro de nosotros mismos: es un acto de coraje y de resistencia —no de cobardía o de sometimiento.
/ AHÍ ESTÁ LA CLAVE: CAMBIO ESPITITUAL Y MORAL – TENER EL VALOR DE LA NECESIDAD DE ESE CAMBIO /
Las formas de sometimiento difieren de acuerdo con los respectivos puntos de vista.
Los gandhistas y hombres como King-Hall defienden la resistencia no violenta, que indudablemente requiere el máximo de coraje y de fe; remiten al ejemplo de la India contra Gran Bretaña o de Noruega contra los nazis.
Los proponentes de la “seguridad mediante el armamento” les acusan de trazar un cuadro no realista, optimista, respecto de la naturaleza del hombre.
/ ESO ES UNA JUSTIFICACIÓN – LOS AUTENTICOS PERVERSOS SON ELLOS – NO QUIEREN CAMBIAR, POR LO QUE JUSTIFICAN SU COMPORTAMIENTO Y ECHAN LAS CULPAS A LOS DEMÁS /
Dicen que este “perverso ser humano tiene un lado oscuro, ilógico, irracional”. Llegan incluso a decir que “la paradoja de la disuasión nuclear es una variante de la paradoja cristiana fundamental. Para vivir, debemos expresar nuestra disposición a matar y a morir”.
En verdad, hay situaciones en las que el hombre debe estar dispuesto a morir para vivir. En los sacrificios necesarios para la resistencia violenta o no violenta se puede ver una expresión de la aceptación de la tragedia y el sacrificio.
Pero no hay tragedia ni sacrificio en la irresponsabilidad y la despreocupación, no hay significación ni dignidad en la idea de la destrucción de la humanidad y de la civilización. El hombre tiene en sí mismo una potencialidad para el mal; toda su existencia está asediada por dicotomías enraizadas en las condiciones mismas de su existencia. Pero estos aspectos realmente trágicos no deben confundirse con los resultados de la estupidez y la falta de imaginación, con la disposición a arriesgar el futuro de la humanidad en un juego de azar.
Los portavoces del desarme unilateral se oponen en forma drástica a la supremacía del Estado, no desean concederle un poder cada vez mayor que es inevitable si continúa la carrera armamentista, y le niegan el derecho a tomar decisiones que puedan llevar a la destrucción de una gran parte de la humanidad y condenar al aniquilamiento a las futuras generaciones.
CONTRIBUCION A LA TEORIA Y ESTRATEGIA DE LA PAZ
¿Qué es la paz?
Paz equivale a no-guerra o no utilización de la fuerza para el logro de determinados fines; ésta sería la definición negativa.
Según la definición positiva, la paz es, por el contrario, un estado de armonía fraternal de todos los hombres.
Nos remiten a la época en que los hombres viven en armonía entre sí, también con la naturaleza, en una condición no sólo de no agresión, de no violencia, sino también absolutamente libres de angustia. El de más elevado desarrollo humano: el de pleno despliegue de la razón y la capacidad de amor del hombre.
La única manera de diferenciar una utopía “racional” de otra “irracional” consiste en
analizar lo que Hegel llamó las posibilidades reales.
Cuando se habla de paz, no se piensa en general en un estado de solidaridad armónica entre los hombres ni en el pleno desarrollo del hombre en sentido espiritual, sino en evitar la guerra.
Visto desde el punto de vista militar, el actual “equilibrio del terror” es sólo la continuación de la vieja idea del “equilibrio de poder”.
Olvidan que no se trata sólo de la destrucción de 80 o 120 millones de hombres, sino de la destrucción de toda la estructura social, moral y humana de una sociedad; y es absolutamente imprevisible qué otras consecuencias traerán consigo, “en el mejor de los casos”, en forma de barbarie y retroceso.
Cuanto más dure la competencia armamentista, cuanto mayor sea la posibilidad de que ocurra una brecha tecnológica en el campo de los armamentos, cuanto más crezca la angustia recíproca ante la perspectiva de un ataque del otro bando, tanto menos nos protegerá la irracionalidad de la guerra nuclear contra la irracionalidad social y espiritual.
La mayor parte de toda la historia humana se construyó y se construye sobre la base de la fuerza, sea manifiesta o como amenaza y puede hacer casi cualquier cosa con el hombre.
La teoría de la paz requiere disponer de una teoría del hombre, una teoría de la sociedad y una teoría de los intercambios entre el hombre y la sociedad, y también una teoría dinámica que dé cuenta tanto de las fuerzas manifiestas como de las aún no visibles que operan en el hombre y en el seno del cuerpo social.
Han sido muy confundidos los conceptos de agresividad, destructividad, y hostilidad. Muchas de las afirmaciones y teorías relacionadas con ellos no tienen absolutamente ningún sentido.
Hay una agresividad que no es en absoluto psicológica, sino sólo de acción.
Hay hombres que destruyen sin tener un “impulso destructivo” ni interés psicológico en hacerlo; solo siguen órdenes y destruyen con la misma actitud con que también construirían.
Esto resulta hoy tanto más fácil, porque una gran parte de la destrucción está tan lejos del objeto, que ahorra al hombre ver lo que hizo. Esta clase de agresividad, “organizacional”, significa que el hombre que destruye lo hace porque se lo han ordenado y sólo hace lo que le indican, y tanto destruye como construye, según la orden correspondiente.
Es cierto que en este caso habría que investigar aún un hecho psicológico: la ausencia de reacciones frente al acto destructivo.
Pero éste es otro problema. Sea como fuere: el hombre que realiza este tipo de agresión no obedece a un deseo de destruir.
Según Konrad Lorenz, Existe un instinto de destrucción, una tendencia destructiva inscrita en el hombre, como un instinto “innato”, que muchos consideran análogo al instinto sexual. Para esta teoría, el hombre busca objetos que le permitan liberar su instinto de destrucción, tal como en la esfera de la sexualidad busca objetos que le permitan liberar su instinto sexual.
Resulta muy difícil hablar de la teoría de la agresividad y de la destructividad en Freud sin realizar un prolijo análisis de ambas teorías en general.
Se puede demostrar que la suposición de que existe un instinto de destrucción
análogo al instinto sexual, es insostenible. Lo señalan estudios neurofisiológicos.
Hernández Peón demostró que como en el caso de muchos otros mecanismos, hay un centro excitador y un centro inhibidor de la agresividad. Nunca puede tener lugar una autoexcitación espontánea y una excitación en progresivo aumento, como en el modelo hidráulico de Freud.
Sobre la base de material antropológico y psicológico se puede demostrar que el grado de destructividad varía de un hombre a otro, de modo que parece imposible postular un instinto general de destructividad, innato como tal en el hombre. Es insostenible la teoría del instinto de muerte como una tendencia normalmente innata de todo lo viviente.
La destructividad es siempre sólo la consecuencia de la frustración o del aprendizaje.
No se puede explicar simplemente por la influencia de la sociedad y del ambiente, ni algo que esté esencialmente arraigado en el organismo del hombre.
El animal, cuando se siente amenazado en intereses vitales, reacciona de hecho con el ataque y la agresión como defensa.
Hay otra solución para este dilema: ¿instinto innato de destrucción, o por el contrario, destructividad aprendida o producida por el ambiente?
En la fisiología humana reside una disposición a la agresión. No crece en forma espontánea y continua ni actúa por sí misma, sino que debe ser movilizada por determinados estímulos.
Cuando esos estímulos no están presentes no se produce agresividad.
No existe ningún instinto de destrucción que deba ser permanentemente controlado, sino, solo una disposición destructiva que siempre está lista para reaccionar en determinadas situaciones.
Surgen esencialmente cuando están amenazados intereses vitales del animal y también del hombre.
Los intereses vitales son, en el caso del animal, la vida —también la vida de la especie—, el cuidado de las crías, el acceso a animales del otro sexo y a las fuentes de alimentación (en un sentido más amplio, también el acceso a un determinado territorio, que en muchos aspectos se halla estrechamente vinculado con la alimentación, la protección de las crías, etcétera).
Cuando no están amenazados, no se puede hablar de un impulso a la destrucción que actúe espontáneamente como tal. Esencialmente el animal sólo mata por necesidad, sin crueldad. Por “crueldad” quiero significar aquí, por el placer de destruir.
El animal reacciona ante una amenaza contra sus intereses vitales en un sentido muy particular, sólo cuando esa amenaza es inmediata.
El hombre es, sin duda alguna, mucho más agresivo y destructivo que el animal.
¿Por qué la agresividad reactiva del hombre, ante la amenaza de intereses vitales, es tanto mayor que la del animal?
El hombre prevé y por ello puede anticipar peligros aún no presentes, pero que posiblemente surjan en el futuro. Se siente entonces, a diferencia del animal, amenazado no sólo por el peligro inmediato, sino también por el peligro futuro previsible.
En segundo lugar y más importante: el hombre crea símbolos y valores que se identifican con él mismo, con su existencia total. Los ataques contra estos símbolos y valores, se consideran erróneamente, como ataques contra sus intereses vitales.
El hombre crea ídolos a los que se esclaviza, pero sin los cuales en un determinado estadio de su desarrollo no puede vivir sin enloquecer o desquiciarse interiormente. Todo ataque contra esos ídolos se sentirá como un ataque contra sus intereses vitales.
Quizás no haya ninguna amenaza que suscite más hostilidad y destructividad a lo largo de la historia humana, que la amenaza contra los ídolos que el hombre reverencia. Los hombres siempre se engañan al respecto, en tanto creen que sus ídolos son los verdaderos dioses, y los dioses de los otros son verdaderos ídolos. Este es uno de los principales resortes de la movilización de la agresividad humana.
En cuarto y último lugar, está la persuasión, la sugestión en las que cae el hombre.
Se puede persuadir a un hombre de que sus intereses vitales están amenazados, aunque no lo estén en absoluto.
Pero sea que los intereses vitales del hombre estén realmente amenazados, o que se cree la sugestión de que lo están, en los dos casos la reacción subjetiva es la misma.
El verdadero problema en el caso de la agresividad reactiva no lo constituye el instinto de destrucción.
La afirmación de que existe un instinto de destrucción tiene hoy una función esencialmente encubridora. Encubre y oscurece la investigación de todos aquellos factores que acrecientan en realidad la agresividad humana.
Los verdaderos problemas psicológicos son: la dependencia del hombre de sus ídolos, la falta de una actitud crítica, la sugestión, y todo lo que se relaciona con la falta de un desarrollo anímico pleno en el hombre.
Todos estos factores son a su vez resultado de las estructuras sociales existentes.
Se han apoyado y se apoyan aún en la explotación y en la fuerza, cosa que debía ocurrir debido a la falta de desarrollo de las fuerzas de producción. El hombre ha vivido siempre hasta ahora en cautividad, y todos los intentos realizados para analizar su naturaleza a partir de las relaciones sociales actuales no difieren mucho del estudio que se hace de determinadas conductas animales en el zoológico.
(Se sabe que muchos animales muestran rasgos agresivos en cautividad, que no aparecen cuando viven en libertad. Es irónico que desde hace algún tiempo se haya comenzado a estudiar a los animales en libertad, cosa que con el hombre aún no ha sido posible.)
El segundo tipo de destructividad, totalmente distinto de la agresividad reactiva y específicamente humano, es el que se llamaría destructividad sádica cruel.
Su fin es sentirse omnipotentes sobre los demás hombres y las cosas, que se manifiesta en el control absoluto sobre ambos, hasta el punto de la destrucción, el tormento y la tortura. Esta vivencia de omnipotencia sólo se entiende si se comprenden sus raíces: el sentimiento de impotencia que la mayoría de los hombres han tenido a lo largo de la historia. No tiene por qué ser consciente, porque hay medios suficientes para engañarse al respecto, ya que resulta incómodo sentirse conscientemente impotente.
El hombre, al sentirse impotente, quiere hacer, crear. Pero si no puede, solo le queda al menos destruir lo vivo, pues la destrucción de lo que tiene vida es casi tan maravillosa como la creación de la vida, salvo que ésta requiere esfuerzo, disciplina, abnegación, empleo de todas las capacidades humanas, y en cambio la destrucción no precisa en la actualidad más que un arma.
Encontramos reiteradamente en los individuos y clases sociales más privados de la posibilidad de experimentar vivencias creadoras activas —por ejemplo, en la pequeña burguesía alemana de la época anterior a Hitler y en los estratos blancos, socialmente análogos, de los estados sureños norteamericanos—, que los hombres que por su situación real carecen más de alegría o encontramos reiteradamente en los individuos y clases sociales más privados, la vivencia de cabal omnipotencia, de la ruptura de todos los límites de la existencia humana, de “ser un Dios”, para muchos hombres que en su existencia social y en su sentimiento íntimo se perciben sólo como gusanos, es algo por lo que vale la pena morir. Cuando un hombre experimenta realmente una plenitud ilimitada de poderlo, comienza a volverse loco. Muchas veces personas medio insanas se vuelven totalmente locas cuando se encuentran en una situación que les borra todos los límites de la existencia humana.
Es fácil comprender por qué esta clase de destructividad es privativa del hombre: nace de su conflicto existencial entre su debilidad como animal y su debilidad como ser racional, con el consiguiente sentimiento de impotencia, que el hombre quiere trascender.
Una tercera forma de destructividad es la necrófila. La perversión del interés sexual de un hombre por un cadáver femenino. En el sentido caracterológico con que la que se utiliza aquí, esta palabra fue empleada por primera vez por Unamuno en el famoso discurso de Salamanca, pronunciado seis meses antes de su muerte. En esa oportunidad reaccionó ante una exclamación del general Millán Astray, secuaz de Franco, cuya divisa era: “¡Viva la muerte. “Necrófilo” significa la atracción por todo lo muerto, lo que es enfermedad, no-vida, no-crecimiento, lo mecánico.
En oposición a la necrofilia está la biofilia, amor a la vida; característico de los hombres que no sólo quieren vivir como todos, sino que experimentan una especial alegría ante todo lo que vive, lo que crece, lo que posee una estructura, lo que se configura a sí mismo, lo que no es mecánico.
Para una teoría de la paz necesitamos disponer de una teoría del hombre más completa y amplia; de una antropología humanístico- dinámica, o —muy especialmente— de un psicoanálisis humanístico.
Sobre la sociedad, señalar un punto en especial: en el período de la segunda Revolución Industrial, ha creado condiciones muy determinadas que llevan al aumento de la agresividad humana. Sobre todo, a la separación entre afecto e intelecto. Estamos evolucionando hacia una esquizofrenia de carácter leve pero crónico, que se expresa exactamente en esta escisión entre afecto y pensamiento.
El resultado es no sólo la hostilidad sino también la indiferencia respecto a la vida.
La indiferencia ante la vida es mayor aún que la destructividad.
Una de las causas más temibles de la disposición de los hombres a destruir a los otros y a sí mismos.
1- El objetivo de la estrategia de paz, por oposición a la estrategia de guerra, debe ser —y esto es esencial— evitar la derrota del oponente. Cuando en la llamada guerra fría o en el manejo diplomático se trata de infligir la mayor cantidad posible de derrotas al oponente, lo único que se logra es endurecer la política de éste. La única estrategia de la paz consiste en el reconocimiento de los intereses recíprocos.
2- La estrategia de la paz se refiere a la movilización de grandes masas de hombres en favor de la idea de la paz con el fin de ejercer presión sobre la opinión pública y sobre los gobernantes de todos los países para disponerlos en contra de la guerra y en favor de que terminen los aberrantes cálculos sobre muertos. Esto significa, en primer lugar, esclarecimiento de los hechos, educación para el pensamiento crítico, revelación y develamiento de las patrañas que suelen urdirse acerca de los hechos referentes a la paz y a la política exterior. Esto han logrado hacerlo hasta cierto punto, con pleno éxito, los movimientos en pro de la paz. Los Estados Unidos son un ejemplo de cómo los movimientos pacifistas han podido llegar a influir sobre la opinión pública en los últimos años, especialmente en lo referente a la guerra de Vietnam. Pero tampoco esto es suficiente. No es bastante apelar solo a la inteligencia y a la lógica de los hombres, sino que hay que apelar al hombre entero, a su sensibilidad. Hay hoy una gran cantidad de hombres en todo el mundo que sienten un profundo descontento ante el estilo y el modo de vida de nuestra cultura consumista. Es importante hacer consciente ese descontento, que a menudo no se percibe. (Fue quizás uno de los factores decisivos en la era M.Carthy, el hecho de que éste hubiera movilizado efectivamente ese descontento, y que de ello haya resultado la extensión de este estado de ánimo a muy amplios estratos sociales de los Estados Unidos.) Pero se trata de algo más. Se trata, en última instancia, de mostrar la imagen de una sociedad que sea digna del hombre, en la cual éste no sea parte de una máquina, no sea pasivo, sino que participe activamente. En la que el hombre no sea manipulado burocráticamente, no sienta un profundo fastidio. Muchos hombres lo sienten, pero en gran parte en forma inconsciente.
Este sentimiento puede hacerse consciente mediante influencias dirigidas a todo el hombre y no sólo a su cabeza y al interés en evitar la guerra. A ello corresponde también el intento sistemático e intensivo de desmitificación de los ídolos a los que me he referido anteriormente. Mientras el hombre reverencie ídolos, no estará en situación de pensar y actuar como un hombre libre, que responde afirmativamente a su propia vida y a la de los demás. Junto con la refutación de los ídolos o con la lucha entre ellos, va la escalada del odio y de la fuerza. El odio y la fuerza, aunque se los utilice al servicio de la paz, sólo sirven al odio y a la fuerza. En una época en que estamos extremadamente atados y limitados en nuestras posibilidades, en la era de las armas nucleares, resulta peligroso para la paz atizar el odio y la violencia, que sirven también a los fines de los belicistas. Un movimiento pacifista sólo puede lograr éxito si se despoja de ese carácter y se transforma en un humanismo radical, capaz de apelar al hombre total —al hombre que padece de esa falta de vitalidad, que ha traído consigo esta sociedad industrial—, y de mostrar la imagen de una nueva sociedad y de un nuevo hombre. ¿Logrará el movimiento pacifista conquistar a los hombres, y a la vez, indirectamente, también a los gobernantes y los factores de poder y ponerlos en favor de la paz? Aún está por averiguar. Pero creo que ese intento es la única posibilidad que nos queda en las actuales condiciones, para trabajar por la paz. A largo plazo, sólo un cambio radical de la sociedad podrá aportar una paz duradera.